“Lo único que no cambia es que todo cambia”. Ésta es una de las frases más célebres de Heráclito, un gran filósofo de la Grecia clásica. Y es que a pesar del tiempo transcurrido, esta frase hoy define mejor que nunca el mundo en el que vivimos. Cambian las cosas, el mundo, las personas… Y en ese incesante giro de rueda, podemos aprender muchas cosas.
Sobre todo, en momentos de crisis como las que actualmente nos invaden. Y sobre todo, en países como el nuestro, que durante años se dio cobertura a un crecimiento desproporcionado e injustificado, amparándose en un cambio de la Ley del Suelo estatal. Y sobre todo, los arquitectos urbanistas. Y también los que no lo somos, pues de una u otra forma participamos de la construcción del territorio.
En estos últimos años, como digo, hemos podido aprender muchas cosas. Por ejemplo, que los recursos de la tierra no son ilimitados, y que la ocupación del suelo debe estar absolutamente justificada antes de desplazar en un plano a 1/5000 la línea de delimitación de suelo urbano.
Se habla mucho de sostenibilidad, de que “la mejor energía es aquella que no se consume”, etc. Y yo añadiría que el mejor suelo es aquel que no se utiliza injustificadamente con fines urbanísticos, sino que se cuida, preservando sus valores naturales.
Como dijo un famoso director de cine norteamericano de gafas de pasta, “me interesa el futuro, porque es donde voy a pasar el resto de mi vida”. Estoy totalmente de acuerdo.
Y es que el futuro de nuestras ciudades, donde viviremos y vivirán las futuras generaciones, pasa por la rehabilitación de los inmuebles que habitamos. Porque aunque el paso del tiempo deteriore los edificios, podemos contribuir con su mantenimiento a preservar el medio ambiente.
Proyectar y crear nuevos edificios es apasionante, pero a su vez supone un lujo que no siempre está justificado. Por ello, debemos analizar primero si es necesario intervenir en ese espacio, o podemos dar cabida a nuestro programa de necesidades dentro del territorio ya ocupado.