Nos encontramos en un momento de transición energética donde se avanza en varias campos para alcanzar un objetivo común: la plena neutralidad de emisiones en el año 2050. El plan de la UE es ambicioso, ya que afecta a todos los sectores y pretende impactar en todos los hábitos de consumo de los europeos. Para ello, está construyendo una arquitectura legal que albergue todas las iniciativas necesarias para lograrlo. Los edificios cada vez consumen menos energía y ésta es de procedencia renovable. Así mismo, por primera vez en la historia el queroseno utilizado por los aviones (combustible de origen fósil) se verá gravado con un impuesto que anime a las diferentes compañías a utilizar otros combustibles sintéticos con bajas emisiones de carbono. Igualmente, en 2035 está prevista la prohibición de fabricar vehículos de motor diésel, gasolina o incluso híbridos. El futuro es la electrificación y el hidrógeno (verdes). Y esto es solo el principio.
El precio de la electricidad se encuentra disparado, a pesar del descenso del IVA aplicable en la factura que se ha aprobado en España. Este encarecimiento se produce por diferentes motivos: meteorológicos, estacionales, costes de producción, etc; pero destaca uno por su gran repercusión: el precio del derecho de emisión por cada tonelada de CO2. Fue instaurado en 2005 y recientemente ha sido “copiado” por China. Por primera vez, merece la pena que nos copien.
Este impuesto (que seguramente se incremente en los próximos meses) es una tasa imprescindible para cumplir con los objetivos medioambientales en la Unión Europea, especialmente sensible con ese enemigo llamado cambio climático. Hay que reducir inexorablemente nuestra huella de carbono. La de tod@s. A título individual y colectivo. Una especie de revolución que debe ser liderada por nuestros gobiernos, y que en gran medida ya se está materializando. Todavía no lo sabemos con certeza, pero seguramente el cambio climático también esté detrás de las recientes inundaciones acontecidas en Centro Europa, y que han dejado más de 150 muertos, principalmente en el noroeste de Alemania.
Afortunadamente, la UE ha aprobado un fondo social de 72.000 millones de euros que contribuya a reducir el impacto de las medidas recientemente aprobadas para conseguir una drástica reducción de las emisiones de CO2 a la atmósfera. Sobre todo entre las familias más vulnerables. Aunque desconocemos si la sociedad tendrá capacidad suficiente y confianza para asumir el precio a pagar. Nunca mejor dicho. Debemos entender el sacrificio como una inversión a largo plazo, que no solo permitirá cuidar nuestro planeta, sino que supondrá también un abaratamiento del coste de la energía 100% renovable.
En los últimos meses, los medios informativos locales y regionales han estado salpicados por múltiples noticias relacionadas con la implantación de placas fotovoltaicas a gran escala en múltiples puntos de la geografía española. También se ha hablado de parques eólicos, pero en menor medida. Tal vez porque su implantación no resulta tan novedosa, y sobre todo porque la ampliación que desea insertarse en nuestros montes es de mayor envergadura que su hermana renovable.
En realidad se trata de la fase visible que afecta a la imagen de nuestros campos, aunque en realidad se produce después de otras etapas menos conocidas en las que la tramitación de licitaciones y especulación han sido las protagonistas. Un proceso que sigue abierto durante este año y los próximos. El sol es el nuevo petróleo, aunque difiere sustancialmente de él; es fácilmente accesible y encima goza de buena reputación: así que… ¿qué más se puede pedir?. Esta etapa de compra previa de megavatios canjeables para generar potencia eléctrica ha supuesto la creación de una especie de burbuja de inversión viciada. El mundo debe caminar hacia la sostenibilidad que se fija año tras año en todas las cumbres climáticas. También en la Agenda España 2050, que por cierto incluye así mismo la reducción de carnes de origen animal, por mucho que les pese a los malinformados o hipócritas que recientemente han criticado al acertado (e ingenuo) ministro Alberto Garzón.
De hecho, en la pasada cumbre climática de Londres (diciembre de 2020) el presidente español Pedro Sánchez se comprometió a que el 97 % del consumo de energía en España en 2050 sea a partir de fuentes renovables. Una estimulante utopía que desgraciadamente no se cumplirá, aunque evidentemente (hay que ser optimistas) un viaje de 1.000 kilómetros comienza con un primer paso. La mencionada cumbre se celebró de forma telemática debido a la COVID-19, y en ella participaron más de 80 dirigentes y asociaciones ecologistas. Una cita que se considera el preludio de la Conferencia de la ONU sobre Cambio Climático COP26, que se celebrará a principios de noviembre de este 2021 en Glasgow, Reino Unido. El hecho de que el 50 % del PIB mundial sea generado por países que han firmado el compromiso de neutralidad de emisiones para el año 2050 es una excelente noticia que nos confirma la relación directa entre crecimiento y sostenibilidad.
Es cierto que el actual gobierno socialista ha dado importantes pasos para garantizar y fomentar la transición ecológica, un término que incluso ha pasado a dar nombre a un ministerio (“Transición ecológica y Reto demográfico”). En enero de 2020 emitió la Declaración de emergencia climática; en mayo, aprobó un proyecto de Ley de Cambio Climático y Transición Energética; en septiembre del año pasad, presentó un Plan nacional de adaptación y en diciembre, anunció la aprobación de la Estrategia de descarbonización a largo plazo para lograr precisamente la neutralidad climática en 2050. Todos estos pasos no siempre poseen de suficiente difusión mediática, pero es importante que no queden en papel mojado para que los ciudadanos recuperemos la confianza en aquellos que nos gobiernan.
El mundo debe moverse hacia la sostenibilidad; es evidente. No puede parar. Pero hemos pasado de un bloqueo total a las renovables a una apuesta desenfrenada. Una avalancha de peticiones sin paragón en la historia de nuestro país, que además encuentra un acicate adicional con las subvenciones europeas en la era post-COVID.
Sin embargo, este imparable proceso debe hacerse con cabeza. No podemos hipotecar el futuro de nuestras cordilleras y praderas. Sobre todo porque en algunas desfavorecidas regiones el patrimonio natural es la única riqueza paisajística. Si les quitamos el patrimonio natural, ¿qué les quedará?
Todas las revoluciones precisan un combustible que las haga avanzar en su propósito. En otra época fue el carbón y el petróleo (1ª y 2ª Revolución Industrial) y ahora lo es el aire, el sol, el agua y el calor de la tierra (Revolución energética). Las fuentes de energía fósiles producen y provocan un nivel de contaminación absolutamente inaceptable (debemos incluir las peligrosas y altamente contaminantes centrales nucleares, por supuesto). Y de hecho ahora estamos pagando las consecuencias de nuestra huella ecológica. Afortunadamente, se producen hitos a favor del medio ambiente como la sentencia condenatoria a la petrolera Shell (Países Bajos), que debe reducir obligatoriamente su contaminación ambiental en los próximos años.
Pero además, existe una gran diferencia entre esas dos formas de mover el mundo: su carácter. Una característica fundamental para erradicar por completo cuanto antes la energía que posee un carácter limitado frentes a todas las fuentes renovables, cuya base es la producción ilimitada. Y lo hace de forma limpia y respetuosa con el medio ambiente, tanto en su producción, transporte como en su utilización. Me refiero a la fotovoltaica, eólica, aerotermia, hidraúlica, hidrógeno verde, geotermia, etc.
La implantación de cualquier instalación supone un impacto en la naturaleza, sobre todo si se trata de zonas de especial protección medioambiental. Eso es cierto. Incluso en el caso de la geotermia. Pero como en todo, es cuestión de equilibrio. Leo en los periódicos que se habla con total tranquilidad de cientos de hectáreas; como si fueran metros cuadrados. Y cada hectárea es 10.000 m2!!!
Las macro explotaciones de placas fotovoltaicas (concentradas en el oligopolio eléctrico) suponen una importante afección paisajística y el empobrecimiento del tejido productivo de la zona (agricultura). Por el contrario, si se dispersan por las cubiertas de nuestras viviendas o en pequeños huertos solares del entorno rural el impacto es muchísimo menor y además, reducimos las pérdidas de voltaje derivadas del transporte al acercar el punto de producción al punto del consumo. Esa es la realidad, aunque lógicamente a las grandes empresas no les interese que así sea por ser contraria a sus intereses económicos.
Para intentar diluir esta suspicacia, resulta llamativo cómo algunos empresarios crean “cooperativas” teledirigidas. Se ofrecen para colaborar con las comunidades de propietarios o pequeñas poblaciones y vestidos de “verde” se encargan de todos los trámites a cambio de un margen de beneficio. Tal y como sucede con la comida a domicilio, puedes solicitar igualmente tu electricidad limpia preparada para consumir. Soluciones para todos los gustos.
El sol es una fuente de energía que llega al tejado de todas nuestras casas. La producción de electricidad a título individual o colectivo (comunidad de vecinos o cooperativa rural) es por tanto una posibilidad sencilla y real. Sobre todo una vez que se han superado las absurdas trabas legales vigentes en nuestro país para hacerlo. Leyes teledirigidas por esos lobbies de los que os hablaba al principio. Pero el cuidado del planeta está en nuestras manos. El reciclaje y otros hábitos de consumo ecológicos están muy bien. Pero debemos ser conscientes que tenemos más herramientas en nuestras manos: el autoconsumo. Producir nuestra propia electricidad como complemento a la que recibimos desde la red general debe extenderse hasta el infinito. Podemos empezar con una pequeña instalación de 2 placas, por ejemplo, y aumentar después nuestro centro de producción, ya que son sistemas ampliables sin limitación. Como un mecano o construcción de lego. Además, nuestros contadores eléctricos son bidireccionales; de forma que podemos verter a la red el excedente de producción. Por otro lado, existen baterías de almacenamiento y el coste de generación por vatio producido ha descendido casi a la mitad en apenas 10 años. Sin incluir las subvenciones públicas que existen en muchos casos. Aunque debemos leer bien la letra pequeña, para conocer bien las condiciones exigidas.