Cuando un año expira, se hace inevitable hacer balance de todo lo vivido en los últimos 365 días. Una mirada hacia atrás, que nos transporta en el tiempo a través de los recuerdos y nos enseña a aprender de los errores (propios y ajenos), nos sitúa en el espacio y en el tiempo y además nos invita a valorar las metas alcanzadas.
Sin embargo ahora comienza un nuevo año: 2017.Un libro en blanco, como siempre alguien se empeña en recordarnos. Y en este post voy a girar mi cabeza por un momento para observar el alrededor. Voy a desviarme intencionadamente del tema principal de mi blog (arquitectura) con el fin de observar el momento que vivimos. Un escenario donde se desarrolla mi trabajo de arquitecto (y el de todos vosotros) y que por tanto resulta imprescindible analizar para poder actuar con éxito. Un hábitat donde conviven las personas que este comienzo del siglo XXI mayoritariamente se concentran en ciudades. Una sociedad heterogénea que circula a gran velocidad por las redes sociales, pero que derrapa en valores y esquiva el compromiso. A veces olvidamos nuestra condición de humanos, inoculados por el virus de la tecnología “inteligi-cida”. El postureo cobarde conquista el territorio dominado anteriormente por nuestra dignidad. Todos desean dejar “un mundo mejor para nuestros hijos”, pero tal vez no hayan caído en que lo que se necesitamos es “unos hijos mejores para nuestro mundo”. Mejores en valores, educación y solidaridad.
Queda mucho por recorrer. La sociedad no debería estar dispuesta a seguir guardando un silencio cómplice y tendría que manifestarse abiertamente contra la injusticia y la sinrazón. Las imágenes de miles de refugiados en las fronteras de Serbia, Hungría o Grecia comiendo en un gélido suelo que nos muestran fugazmente en televisión son simplemente espeluznantes. Golpean como un martillo en la cara. Niños, mujeres y ancianos cubiertos de nieve, tapados con mantas se alimentan de un triste cuenco de comida aportado por alguna ONG (casi nunca de un Gobierno). Imágenes que no deberían tener cabida en la Europa del siglo XXI. Una Europa que es golpeada por atentados estériles en Niza, Paris o Berlín, además de los daños colaterales que sufre Turquía o Rusia por unos conflictos que se nos escapan a la mayoría de los ciudadanos. Boko Haram o el ISIS, entre otros, provocan desplazamientos masivos de personas desesperadas hacia un futuro de esperanza que en muchos casos tarda en llegar. O tal vez nunca llegue. Por culpa de un mar que no aprendió la palabra “piedad” o por una mafia que no dejará que la libertad sea una palabra que puedan utilizar nunca esas personas. Mujeres y hombres con nombre y apellidos que en el mejor de los casos alcanzan su destino y solo desean tener un trabajo digno. Os invito a hablar con ellas. Podéis encontrarlas a la salida de cualquier supermercado.
Vivimos tiempos de cambio: la era Trump, el fin de la crisis europea, el Brexit, etc. En Europa, la desigualdad social sirve para justificar el endurecimiento de las exigencias de los poderosos sobre los más vulnerables, algo que se traduce en el incremento del estado de bienestar de unos pocos frente a una mayoría que sale claramente perjudicada.
Al otro lado del charco triunfa el tramposo, el amigo de los corruptos, el xenófobo y machista, con el apoyo de muchos que parecen haber olvidado que votaron por él. Un pato-so Donald, manantial de despropósitos e injustificables medidas anti-humanas. El miedo al terror no puede justificar la discriminación por motivo de género, raza o religión. A nivel económico en el fondo da igual si gobiernan los demócratas o los republicanos: es sólo cuestión de matices. Porque en la sombra alguien velará porque lo oscuro siga siendo oscuro, y el dinero no cambie de manos sin consentimiento.
Aunque todas estas transformaciones se implantan lentamente en la sociedad, igual se derrite la escarcha después de una gélida noche. En la sociedad de mercados en la que nos encontramos continúa “el triunfo incesante de los valores de cambio sobre los intangibles” (del libro “Economía sin corbata” de Yanis Varoufakis). Desgraciadamente es lo único que no cambia en la sociedad capitalista en la que vivimos, donde el consumo desaforado de las masas pasa a formar parte de los “Big data” que a su vez alimentan de nuevo un consumo injustificado. Algo que conduce a una sobreexplotación de los recursos del planeta.
El mundo evoluciona rápidamente en algunos campos, pero en otros ámbitos los cambios directamente no existen. Esos políticos que “dirigen” el mundo se enzarzan en peleas banales, mientras los asuntos importantes quedan en un segundo plano. Son personas mediocres, como describía con enorme acierto Carmen Posadas en su artículo publicado en el suplemento dominical “XL Semanal” el pasado 1 de Enero de 2017. Y desgraciadamente la sociedad lo admite (yo incluido). Somos tontos por permitir que nos gobiernen unos incompetentes, muchos de los cuales nos roban descaradamente y en lugar de ser castigados obtienen una retirada dorada. Estos personajes de teatro televisivo realmente actúan como lo que son: marionetas al servicio del verdadero señor: el dinero. Controlado por un complejo entramado de empresas pantalla, donde la música del evasor suena sin desentonar entre infinitos personajes implicados. Por eso, cualquier ataque del común de los mortales contra la banca choca contra un muro que rodea el “suelo” que pisamos.
En este resplandeciente 2017 surgen constantemente neologismos que se incorporan al lenguaje coloquial como gotas de agua que resbalan por un cristal un día de lluvia. Vivimos en la era de los migrantes, de las redes sociales, del proteccionismo, de amazon, de la postverdad, de amazon, del populismo, del retuit, de la economía colaborativa, de change.org, de los selfies, del empleo precario, del postureo, del crowdfounding y del amor edulcorado.
La arquitectura se alimenta de la sociedad en la que se desarrolla y de los valores que en ella conviven en cada época. En la actualidad el público demanda una vida de calidad. Y los proyectos deben estar al servicio de sus necesidades. La imagen que proyectamos a tavés de todo lo que hacemos y poseemos es fundamental. Se busca vivir bien. Viajar por placer, no por necesidad. Hacer deporte para sentirse bien, pero acceder a casa sin barreras arquitectónicas. La gente quiere salir más, hacer todo tipo de cosas. Muchas de ellas dentro del hogar. Por eso se demanda que las viviendas sean más confortables, más amplias, más versátiles, más luminosas. Aunque tal vez debiéramos replantearnos algunos usos, y bautizar el dormitorio de invitados con otro nombre: “dormitorio de refugiados”.
El futuro pasa por un extraordinario aislamiento térmico de las nuevas viviendas y de los edificios existentes. Si a eso añadimos la producción de calor mediante energías renovables obtendremos una arquitectura eficiente y sostenible. Pero si además conseguimos contaminar menos el medio ambiente, la solución es simplemente perfecta.
Solo falta que el gobierno de España dé por un momento la espalda a las grandes empresas del sector energético (electricidad, petróleo y nuclear) y apueste por fin por la producción de electricidad mediante energías renovables como por ejemplo las placas fotovoltaicas. Mejorando incluso las condiciones preexistentes antes del incomprensible Decreto del Partido Popular a través de su ex-ministro de Industria J.M. Soria.
La situación económica de los últimos años ha provocado la diversificación del trabajo del arquitecto. Volviendo a los orígenes. Puede que el futuro sea la especialización. Pero yo abogo por el control de todo el proceso constructivo, definiendo todos esos detalles que hacen que un proyecto sea especial. Por eso es tan importante saber hacia dónde caminamos. En un mundo en el que los procesos económicos son cíclicos, para hacer arquitectura de calidad debemos caminar hacia delante con la experiencia adquirida, la máxima profesionalidad y con la duda acechándonos constantemente.
Es tiempo de mirar hacia delante sin dejar de sentir el presente. El futuro próximo viene lleno de oportunidades y será cada vez más generoso con quienes luchan firmemente por lo que quieren. O al menos es lo que quiero pensar. Pero como he dicho antes, todavía queda mucho por recorrer.
Feliz año nuevo!