¡Feliz Navidad 2021! Con perspectiva humana
Este es un blog de arquitectura. Pero esta apasionante y maravillosa manifestación artística carece de sentido sin las personas que la habitan. Amo la arquitectura, tengo mi propio estilo y mis pensamientos se materializan en palabras directas que me ayudan a comprender el mundo, dar sentido a mi trabajo y divulgar mi pasión. La arquitectura en definitiva debe estar al servicio de las personas y no ser una cruel herramienta para dividirlas, diferenciarlas y clasificarlas. En un mundo global, las fronteras deberían ser anecdóticas. Y los sentimientos de orgullo individual por nuestro origen no deberían hacer daño a nadie. Ni directa ni indirectamente.
En la vida el tiempo se divide en ciclos. Como las olas que el mar arroja sobre la alfombra de arena. También en arquitectura. Por ello, la única forma de salir indemne es ser fiel a tus principios.
En 2021, una vez más queda patente que decir la verdad no está bien visto. Ni en China ni en muchos otros lugares. Si no, que se lo pregunten a Julian Assange, cuya peor pesadilla está a punto de hacerse realidad (extradición a EEUU). En Oriente, Afganistán cedió sigilosamente el poder a los talibanes, que agoniza bajo su régimen. En la Unión Europea, la socialdemocracia coge con fuerza el timón mientras alguna dictadura se resiste a morir.
Entre tanto, el mentiroso Boris Johnson se ríe de sus ciudadanos desde su polémicamente renovada “sala de fiestas” oficial a la vez que un tal “emérito” se muestra a sí mismo como alguien indigno para haber representado jamás a alguien. En nuestro país, la crispación política exacerbada refleja únicamente la incapacidad de hacer política constructiva en favor de las personas. Una deriva institucional de manual.
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En el mundo de los ricos se viaja por placer. En el mundo de los pobres, por obligación. En el primer caso, puedes elegir el destino, la fecha y el medio de transporte con el fin de disfrutar al máximo de tus días de asueto. En el segundo escenario a veces también, aunque las opciones son mucho más limitadas. En este supuesto de “adversidad baja”, el destino (en el mejor de los casos) es el lugar donde ganarte un mísero sueldo trabajando en negro limpiando un lujoso chalet de un barrio residencial, o en un campo de cultivo u obra de construcción sin ningún tipo de derecho laboral. Aquí, el medio de transporte es un rudimentario tren de cercanías atestado de currantes en hora punta a pesar del riesgo de contagio de coronavirus. Las fechas de este forzoso viaje son de lunes a domingo y sin posibilidad de modificar el horario del despertador.
En circunstancias de adversidad media, el desplazamiento forzoso se produce a cualquier hora del día como consecuencia de una extraña palabra de etimología anglosajona llamada “gentrificación”. Es lo que tiene ser pobre. Tal y como ha descrito en su tesis doctoral Álvaro Ardura (profesor de la ETSAM) “La gente rica vive donde quiere, y la gente pobre, donde puede”.
En las circunstancias vitales más adversas (también llamadas de vida o muerte), el trayecto comunica la costa de un país con la orilla de otra nación más próspera y el medio de locomoción es una rudimentaria barca hinchable de Decathlon. Por ejemplo, la ruta que une Calais (en Francia) con Dover (en Reino Unido). El pasaje incluye vistas al Canal de la Mancha, bebida de agua salada y alto riesgo de morir de hipotermia en el trayecto. Todo un lujo para los más desesperados.
Las mafias de tráfico de personas siguen actuando impunes en multitud de escenarios salados o desiertos ante la pasividad de los gobiernos. Trafican con desesperados seres humanos que arriesgan lo más valioso que tienen (su vida) a la vez que deben afrontar un pago desorbitado a los coyotes o cualquier otro nombre con el que pueda denominarse a esos desalmados.
En estas navidades en las que nos encontramos inmersas muchas personas se han desplazado de múltiples formas y a infinitos destinos para encontrarse con sus familiares y amigos. Como lo hacen dos gotas de mercurio separadas a la fuerza pero que convergen inexorablemente en la probeta de un silencioso laboratorio. Por eso, quiero recordar especialmente las grandes diferencias que hoy día todavía persisten en nuestra sociedad y que apenas mejoran con el paso de los años.
El extensivo avance de la vacunación en el primer mundo al que pertenezco choca frontalmente con la escasa incidencia en remotas poblaciones de países sin recursos. Algunos en guerra o bajo regímenes dictatoriales. La variante ómicron nos ha recordado que no hemos aprendido nada con la grave pandemia que asoló el mundo en 2020. Y sigue haciéndolo…Porque la Tierra agoniza y el coronavirus sigue empeñado en seguir siendo protagonista de una macabra obra teatral cuyo escenario abarca cualquier rincón del planeta.Debemos trabajar para buscar el equilibrio entre el hemisferio norte y el hemisferio sur en lo que a planes de vacunación se refiere, minimización de la contaminación y reducción de las desigualdades económicas. Es necesaria la liberalización de las patentes, ya que el enriquecimiento desmesurado de unos pocos no puede poner en jaque la vida de millones de personas, la economía mundial y las actividades diarias de todos nosotros.
Somos vecinos de un mismo planeta. Y no es justo que no tengamos igualdad en el acceso a tener una vida digna. La Unión Europea invierte cientos de millones en “fabricar” campos de refugiados y miles de millones en pagar a Turquía para hacer el trabajo sucio sin hacer demasiado ruido en los medios. Sin embargo, tal vez debiera ayudar a que los países con menos recursos pudieran repartir equitativamente sus riquezas naturales (pesca, minería, etc) en lugar de permitir que se concentre entre el elenco de amiguetes de los corruptos gobernantes. Porque se da la circunstancia de que las personas con mayor preparación cultural suelen tener un escaso capacidad de decisión, mientras que los perfiles con una educación más exigua son los que ocupan el poder y adoptan los acuerdos que afectan a millones de personas. Desde el expresidente Trump hasta cualquier dictador del continente africano pasando por otro presidente andino recién elegido hace pocos meses (sic) o el incólume presidente vitalicio de Nicaragua y esposa.
Ayudar a que cada persona pueda ganarse la vida en su país de origen. Nadie abandona su entorno y se juega la vida en el mar por capricho. Y si existe una guerra, no contribuir con la venta de armas, cazas, submarinos y munición. Al contrario, ofrecer todos los medios posibles para que finalice cuanto antes la ignonimia. Sin pedir nada a cambio.
El mundo funciona gracias a la confianza entre los semejantes, pero para mí la base que debe regular la relación entre las personas es el respeto. Muchos de los problemas de los que adolece la sociedad se deben a la incapacidad para ponernos en el lugar del prójimo. La falta de empatía es absoluta, y el egoísmo personal justifica el dolor ajeno y es utilizado sistemáticamente por nosotros mismos para acallar nuestras conciencias. La convivencia entre las personas debe aceptar la diversidad de ideología, religión o sexualidad. El enfrentamiento derivado de esa falta de aceptación solo favorece a algunos políticos para fortalecer la necesidad que la sociedad precisa de ellos. Eric Zemmour solo es el último en llegar a la fiesta, y seguramente su reconquista no llegue muy lejos. Pero desgraciadamente, después de él vendrán muchos más.
Recientemente el Papa Francisco visitó por segunda vez en cinco años la isla griega de Lesbos, una de las puertas de la vergüenza a Europa. No lo hizo por casualidad, sino porque es el pontífice más valiente, sensible con las necesidades de los demás y humano de todos los que he conocido. La frontera de Bielorrusia es actualmente un auténtico polvorín alimentado por dos bloques contrapuestos. Un error de consecuencias imprevisibles que no puede volver a repetirse. No debería. Y por supuesto, donde las víctimas vuelven a ser las inocentes víctimas que el frío atenaza en la frontera con Polonia. Políticas inhumanas como la de Luckachensko no pueden tener cabida aunque tengan el amparo de Rusia. La Unión Soviética desaparición en 1991 y por más que le pese a Putin jamás volverá a existir.
La única unión que cabe en este planeta es la del amor por el prójimo. Todos somos iguales, con independencia del lugar de nacimiento, raza, religión, sexo o pensamiento. Y a pesar de llevar años escuchando estas palabras como un mantra, en la navidad de 2021 siento que apenas ha mejorado nada.
Como Le Corbusier, considero que la arquitectura puede mejorar la vida de las personas y que los edificios son “machines à habiter”. Pero la arquitectura es el espacio donde sucede la vida: nuestro valor más preciado. Es decir, sin espacios que actúan como la carrocería de un vehículo. Y el verdadero motor son las personas. Todos y cada uno de los individuos, con su energía, con su experiencia, con su sabiduría. No importa su edad o nivel cultural. Las personas mueven el mundo. Con sus palabras. Con sus gestos. Con sus actos. Por eso son tan importantes el respeto, la empatía y la solidaridad.
Si estas navidades queremos sobrevivir al “naufragio de la civilización“ debemos trabajar juntos para que el barco que compartimos siga su rumbo. Si todos remamos en la dirección adecuada, unidos, alcanzaremos nuestro destino: la victoria de la sociedad sobre la individual. La humanidad nació precisamente cuando un individuó cuidó de otro. Gracias a la compasión. Por ello, no podemos olvidar este principio que nos hace verdaderamente humanos. Porque es el origen de nuestra civilización. La tecnología mal utilizada nos aleja de nuestra humanidad, el valor que nos hace grandes. Por ello, los algoritmos generan un estado de manipulación colectiva que nos aboca a un metaverso absolutamente inhumano, donde nuestra voluntad queda teledirigida por un pastor invisible. Datos, datos, datos… “El capitalismo de la vigilancia”, como lo define la brillante socióloga estadounidense Shoshana Zuboff. ¿Es eso lo que queremos?
Actualmente, nos encontramos en un escenario protagonizado por el encarecimiento de la energía y el incremento estratosférico de las tasas para los medios de transporte marítimos, tras el parón forzoso provocado por la pandemia. Europa está especialmente preocupada por el calentamiento global, por la sostenibilidad del planeta, sin reparar en que más que el medioambiente debe cuidarse a las personas.
Y de la misma forma que debemos reducir el consumismo desaforado (la industria textil es especialmente contaminante) y fomentar la sostenibilidad (edificios con mejores aislamientos térmicos, utilización de energías renovables, eficiencia lumínica, arquitectura sensata a nivel energético, etc) es necesario fomentar la sostenibilidad humana. Sobre todo en este momento en el que la incertidumbre impregna todos los tejidos de nuestra vida.
Los grandes cambios comienzan por pequeños gestos. Y en un mundo global, la arquitectura es sólo un componente más del complejo entramado llamado “vida”. Hay margen. Soy optimista.
Por todo ello, os deseo de corazón ¡Feliz Navidad! Mis mejores deseos, sobre todo para las más desfavorecidos.Y que 2022 sea un año maravilloso en el que la pandemia por fin forme parte del pasado.
“Lo importante no es mantenerse vivo, sino mantenerse humano”. George Orwell, periodista y novelista británico.