Hace menos de dos meses se celebró la última edición de “La noche sin hogar”. Una iniciativa internacional que pretende sensibilizarnos sobre la desgracia que supone vivir en la calle. Os invito a leer el post que publiqué sobre este tema.
Pero en esta ocasión no voy a hablar de la falta de sensibilización que existe en la sociedad acerca de este tipo de casos. Sino que quiero reflexionar sobre el papel que juegan las ciudades y en concreto la arquitectura urbana en el desarrollo de la vida.
Las ciudades deben favorecer el desarrollo de diferentes actividades, tanto en los espacios públicos como en los privados. Lugares que actúan como escenarios de vida. Espacios en los que arquitectos como yo trabajamos por mejorar la accesibilidad. Sin embargo, existe otra asignatura pendiente: la integración. Porque vivimos un momento en el que la sociedad debería caminar hacia un marco de inclusión ya que, en definitiva, ser diferentes es lo que nos caracteriza y enriquece. Al fin y al cabo, las personas damos sentido a la arquitectura. Y una ciudad sin gente, no tendría sentido: estaría muerta.
Partimos de la base de que los ciudadanos van a mostrar el respeto necesario por el resto de las personas y también, por los elementos urbanos que les rodean. Pero en demasiadas ocasiones el diseño urbano se vuelve agresivo y parece querer desplazar al más débil: las personas sin hogar. Y de esta forma, la sociedad se torna excluyente. Un hecho contra natura.
“Le repos du faquir” (el descanso del faquir), es un cortometraje denuncia obra de los geniales directores parisinos Stéphane Argillet y Gilles Paté. Os ruego que lo veáis. De forma directa y sarcástica muestra los problemas que generan los elementos urbanos creados para impedir el descanso de aquellos que no disponen de un hogar: ni propio ni ajeno. Una forma de violencia y discriminación encubierta que resulta absolutamente inaceptable; sobre todo cuando el origen es de instituciones públicas. Elementos punzantes de lo más variopinto “decoran” repisas, muretes, alféizares o bordillos, y actúan como armas pasivas frente a un enemigo pacífico: desafortunados homeless que parece que nos molestan a la vista.
Y así, algunos tienen incluso el super-poder de convertirse en invisibles para las personas que caminan cerca.En estos casos uno se pregunta si verdaderamente el problema son ellos o las circunstancias que provocan la existencia de este tipo de desgraciadas situaciones. Excluir no es la solución. En todo caso, lo único que debemos excluir es la palabra “homeless” del diccionario, y enseñar a todas las personas a trabajar por tener su propio hogar. Y a aquellas que no puedan (por impedimentos físicos o psíquicos), mostrarles el apoyo necesario para que se sientan igualmente integrados.
En este recién estrenado 2020 no debería haber lugar para la “arquitectura hostil”. Elementos de carácter totalmente excluyente que degradan al ser humano. Y ya bastante desgracia es verse en la calle, ¿no os parece? Por no hablar de todos aquellos refugiados que viven en condiciones infrahumanas.
La arquitectura no puede ser utilizada como un arma de exclusión social, porque su esencia es todo lo contrario: ayudar a que la vida se desarrolle en las condiciones más favorables posibles. Sin entrar en su belleza o durabilidad, “la ciudad” (esa gran casa en la que vivimos) debe proporcionarnos la sensación de refugio. Especialmente en las grandes urbes. Para no tener la angustiosa sensación de que si cayéramos desplomados en mitad de la calle, la muchedumbre pasaría junto a nosotros esquivando nuestro frágil cuerpo caído o directamente nos pisotearía.
Como ya he defendido en otras ocasiones, la existencia de lugares de encuentro dentro de los edificios favorece la convivencia y mejora la calidad de vida de sus vecinos. Esto no es algo nuevo: Le Corbusier ya lo propuso en sus bloques de viviendas denominados “Unité d´Habitation”. Construyó 5 en total (todas en Francia), y aunque hoy día no han funcionado como se esperaba, estoy seguro de que el futuro dará sentido a este tipo de iniciativas. Y espero que se promulguen muchas otras más con el fin de fomentar la igualdad.
En definitiva, el papel de la arquitectura es clave. Porque cuidar el planeta es importante. Y su fauna. Pero también lo es, sin duda, cuidar de las personas que viven en él y hacer que sientan que todos somos iguales.
Por un mundo mejor: homeless friendly cities.