Comenzar una guerra puede ser una decisión valiente o cobarde, pero siempre será una muestra de debilidad.
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La vivienda es la inversión más costosa que realiza el ser humano a lo largo de su vida. Es su objeto más preciado. Su hogar. Su refugio. Su lugar en el mundo. El espacio en el que se extinguen todas las tentativas de huir. En teoría; porque definir la vivienda como “refugio” pierde su sentido cuando la amenaza exterior posee va precedida por una ojiva aniquiladora.
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El precio para construir un edificio es muy alto: por el coste que conllevan los materiales, la energía y sobre todo, la mano de obra. Es decir, por el “tiempo”; esa variable tan preciada de la que todos los seres humanos poseemos una cantidad limitada. Un concepto relativo que, en estado puro, no puede comprar ni siquiera el hombre más rico del mundo. Pero es que además un hogar es mucho más: es un cúmulo de experiencias personales, un espacio lleno de vida, de recuerdos vividos y experiencias por disfrutar. Un millón de historias construidas de nuevo en el “tiempo”, y que por lo tanto tienen un valor excepcional para cada ser humano.
Por ello, nadie debería tener acceso a hacer desaparecer todas esas inolvidables historias simplemente apretando un botón de ataque nuclear. Nunca he comprendido el odio que alimenta el monstruo de la guerra. Desde hace una semana asistimos atónitos cada día frente a nuestro televisor a un nuevo capítulo de terror en tiempo real.
No sé si nos encontramos a las puertas de la Tercera Guerra Mundial, pero la ofensiva rusa nos transporta ineludiblemente hasta la masacre nazi. Espero que no. La “caravana de la muerte” rusa es un convoy bélico y maquiavélico de 60 kilómetros de longitud que anuncia el preludio de una masacre. Esta artillería terrestre pudiera anunciar el plan de Putin de aplicar la doctrina Grozny (destrucción total de las poblaciones), que ya empleó en Chechenia en el año 2000 y en 2016 en Aleppo (Siria) como refuerzo de su amigo Bashar al-Ássad. Confío en que en esta ocasión no sea así.
En Ucrania Putin ha utilizado armas prohibidas por el Derecho Internacional tras la Segunda Guerra Mundial. Se trata de bombas termobáricas o de vacío, y quizás también bombas de racimo: armas especialmente mortíferas e indiscriminadas con la población civil. Pero TODAS las armas deberían estar prohibidas. ¿Por qué se siguen fabricando y acumulando en el mundo armamento altamente ofensivo? El hecho de poder hacer algo no te da derecho a hacerlo.
Pero me sorprende escuchar en televisión que Rusia posee armas atómicas suficientes como para destruir varias veces el mundo. No comprendo esta expresión. Es como si alguien que tenga una pistola con balas pudiera matar varias veces a otra persona. No tiene sentido. Matar solo se puede hacer una vez, y hablar de hacerlo, pensar en ello, debería ser una aberración en la que nadie debería poder pensar. ¿Se puede destruir varias veces el mundo? Pensé que con pensar simplemente en la posibilidad de que pudiera hacerlo una sola vez todas las personas del mundo deberíamos echarnos a temblar. Y acto seguido pararnos a pensar cuánto nos importan los demás. No hay derecho a que jueguen con nuestras vidas.
Aunque en este punto, debo afirmar que Ucrania tiene el derecho a defenderse. Y por ello, aunque suponga una aparente contradicción, estoy a favor del envío de armas a ese país de forma que su población pueda defenderse de la cruel invasión rusa.
El presidente de Rusia ha comenzado su macabro juego de mesa llamado “Destruir Ucrania”. Para ganarlo, no sabemos si es necesario matar a su población, destruir sus edificios, controlar las principales ciudades, convencer al ejército para que dé un golpe de estado, amenazar a Suecia y Finlandia o además de todo lo anterior, instaurar un gobierno afín que consolide la posición geopolítica de Rusia en el Este de Europa. Putin, de sonrisa ausente, arrastra a millones de personas a un infierno sin salida, en una huida hacia delante. En cualquier caso, su falta de empatía es total. ¿Pero existe algo de humanidad o amor en su interior? Yo creo que no. Lo que sí es capaz de matar a quien se muestre en contra de su voluntad. Nadie se ha atrevido hasta la fecha a plantarle cara y salir indemne. El caso Alexéi Navalny es solo uno de los más conocidos, pero hay muchísimos más. Estoy seguro, no puede ser de otra forma, que miles de soldados rusos se ven obligados a intervenir en una guerra en la que no creen. Engañados, con apenas 18 años, muchos perderán la vida sin haber tenido la oportunidad de saber lo que era.
En estos últimos días asistimos atónitos al esperpéntico inicio de una injustificada ilegítima y cruel invasión de Ucrania, bajo las órdenes de un fascista ruso al que nadie ha sido capaz de parar los pies. Ya vivimos algo casi idéntico en Yugoslavia, Siria, Irak,Líbano…La historia desgraciadamente se repite. No hemos aprendido nada. Inocentes edificios convertidos en amasijos de armaduras retorcidas de dolor y cascotes de hormigón que lloran al verse cercenada su capacidad cohesiva. Estructuras que ya no albergan vida, nuestro bien más preciado.
Ahora, los ucranios se han visto forzados a abandonar sus hogares precipitadamente acompañados por el macabro silencio de los misiles que sobrevuelan sus calles e inertes cuerpos dispersados entre vidrios hechos añicos. En su huida, se han visto forzados a improvisar un nuevo “hogar” compartido en las estaciones de metro, cuartos de calderas o los denominados “refugios subterráneos” de los bloques residenciales, un eufemismo que evita pronunciar la palabra “búnker”. De forma coetánea, más de un millón de ucranios han tenido que abandonar el país. Mujeres y niños que dejan atrás sus vidas, sus maridos y sus hijos, sin saber si volverán a reencontrarse. Lloran, sin comprender nada. Buscan respuestas, pero son incapaces de encontrarlas simplemente porque no existen. ¿Se puede vivir un drama mayor?
El popular cómico Volodímir Zelenski nunca imaginó tener que vivir una broma de tan mal gusto cuando asumió el cargo de presidente de su país. En este momento el mundo entero ha encogido la respiración y se intenta recuperar de un golpe que no se esperaba. No ha fallado la diplomacia, porque cuando un demente con poder adopta unilateralmente una decisión ya no hay quien lo detenga. Tampoco todas las sanciones que interponga la Unión Europea o Estados Unidos. La enajenación mental de un nostálgico de la extinta Unión Soviética no se detendrá por mucha sangre que se derrame o por muchas palabras que intenten convencerlo para que desista en su empeño. Otra guerra en la que por supuesto quienes la dirigen (Putin y sus hombres de confianza) jamás intervendrán en el campo de batalla. Confío en que el mundo entero permanezca unido por una vez para condenar a Putin al más radical ostracismo, y de esta forma sea el pueblo ruso el que fuerce un cambio de rumbo. También de capitán, por favor.
No sabemos cómo evolucionará esta tremenda etapa que convulsiona el mundo, pero alguien debería poner un poco de sentido común. En caso contrario: ¿cuál sería el siguiente país a invadir? No podemos quedarnos impasibles. Soy arquitecto y confío en el poder de la construcción. De la unión. Del amor. De la generosidad. De la hospitalidad. De la convivencia.
La tierra que habitamos no nos pertenece. A ninguno de nosotros. Tampoco a nuestros herederos. Otros estuvieron antes y otros vendrán después, pero los territorios objeto de hostilidades permanecerán siempre; impertérritos a los absurdos enfrentamientos entre seres humanos.
Basta un árbol para fabricar un millón de cerillas, pero solo es necesaria una cerilla para arrasar todo un bosque. ¿Cuánto cuesta fabricar una bala? Segar una vida es muy fácil. Destruir, no tiene nada de poderoso. Al revés. Es un clarísimo síntoma de debilidad. ¿Acaso Putin podrá devolver a su estado original los edificios que ha bombardeado el ejército ruso? ¿Devolver la paz a Ucrania? Y lo que es más importante: ¿podría devolver la vida a todas las personas que la han perdido en esta absurda invasión? Evidentemente no. Y eso SÍ demostraría verdadero poder. Porque el verdadero poder es el poder del amor. El amor que construye. Es el poder de la solidaridad, como la que está mostrando el pueblo polaco y de otros países europeos. O el de muchos ucranios que regresan a su país desde España, Francia o Alemania para defender a su país. Sin duda, Ucrania está ofreciendo al mundo un encomiable ejemplo de unidad.
Destruir es fácil. Hasta un niño puede hacerlo. Eso NO es poder. Todo lo contrario. El verdadero poder es cuidar y respetar la vida.