Recuerdo mi primer año en la escuela de arquitectura de San Sebastián. Casi como si fuera ayer.
Aquel primer contacto, muy tangencial (todo sea dicho de paso) supuso el inicio del proceso para establecer las premisas que a posteriori marcarían mi pensamiento y mi forma de recorrer la vida.
Puedo repetir con claridad milimétrica partes de algunas conversaciones que mantuve con mis profesores (aquel año, y los posteriores), y recitar en voz alta en mi cabeza algunas de las enseñanzas que recibí en aquella villa afrancesada del Alto de Miracruz.
Por primera vez oí la definición de “arquitectura”, que era “el arte de proyectar y construir edificios”. Esta frase se ha repetido muchas veces en mi cabeza, de forma inconsciente, como si a base de repetirla descifraría algún enigma secreto.
Pero el único secreto que he descubierto a lo largo de los años en relación a esta definición es que “arquitectura” es mucho más.
Porque el momento actual ha relegado la existencia de los grandes proyectos para los que en teoría fuimos preparados, es momento de cambiar la escala.
Porque en la era de nanotecnología en la que vivimos y en la situación actual de recesión, yo veo arquitectura a diferentes escalas en muchos lugares. Desde la composición de un escaparate hasta un cuadro o fotografía que juega con diferentes texturas o materiales. Componer, crear: no tiene escala. Y a falta de grandes proyectos, es momento de demostrar en los detalles el talento del arquitecto.
¿Quién pone los límites?
Porque ”la inspiración existe, pero debe encontrarnos trabajando”. Pablo Picasso.