Hoy quiero invitaros a reflexionar brevemente sobre el consumo energético de nuestras ciudades y edificios, que va desde el diseño urbanístico hasta el exceso de embalaje en los productos que consumimos. Demasiadas mentiras se ciernen sobre la llamada “eficiencia energética” de las viviendas, donde a veces parece bastar con diseñar una piel hermética que limite las pérdidas de calor a través de los muros de fachada y de las ventanas, sin tener en cuenta la calidad del aire interior. Ni tampoco el coste de producción y mantenimiento de dichos materiales o elementos que en teoría nos ayudarán a ahorrar energía en el día a día.
Aprovechar los recursos naturales es algo básico y de sentido común, y debe aplicarlo tanto el arquitecto como el usuario en su día a día. Asimismo, reducir los residuos es también algo fundamental, ya que en definitiva se traduce en un ahorro energético en la producción de lo que consumimos, y en el tratamiento final de lo “sobrante”.