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el proyecto de toda una vida…

La crisis ha generado una nueva carencia en los hogares de nuestro país, de forma que un gran número de familias no pueda mantener su piso en adecuadas condiciones de temperatura durante el invierno. Y siguen aumentando. El encarecimiento de la energía, la reducción o mantenimiento de ingresos y el envejecimiento del parque de viviendas ahondan en esta problemática, que puede generar problemas respiratorios y/o de otro tipo en las personas que habitan dichas viviendas (sobre todo en ancianos y niños).

El nuevo Decreto sobre Certificación de Eficiencia Energética es el último paso dado hasta el momento por los Gobiernos de la Unión Europea y del resto del mundo, desde que en el Protocolo de Kyoto se estableciera la hoja de ruta a seguir por todos los países firmantes. Porque los recursos de la tierra son limitados.

Una vez más, la situación de recesión actual ha tenido una incidencia directa sobre la arquitectura y su mantenimiento. El post de hoy quiere hacer una reflexión sobre la “pobreza energética”, analizando la repercusión que tiene sobre un espacio interior la falta de un ”calefactado” continuo y correcto.

Porque no debemos olvidar que los edificios no tienen una durabilidad infinita, y que son necesarios ciertos mecanismos de mantenimiento y buen uso para garantizar las condiciones de habitabilidad que disponían al construirse.

Este artículo puede extrapolarse a todo tipo de usos, pero fundamentalmente está orientado a los edificios residenciales. El diseño de cada edificio se realiza de una forma específica, “ex profeso”, para una función concreta, y contempla en la mayoría de los casos las diferentes particularidades del entorno en el que se ubica.

Pero la envolvente de un edificio no es homogénea, incluso aunque el material de revestimiento sea único. Es decir, los puentes térmicos existen y en muchos casos son inevitables. Lo que se trata es que en fase de proyecto se definan con claridad y se planteen las soluciones posibles que reduzcan su repercusión en el comportamiento térmico del edificio. La orientación geográfica de sus fachadas también influye en ese comportamiento de sus paramentos exteriores.

La falta de recursos económicos lógicamente genera una tabla de prioridades, entre las que no se encuentra a veces el confort térmico de la vivienda. Y es que muchas personas no logran alcanzar la temperatura deseada en el interior de su vivienda, que oscila entre 18 y 20 grados en invierno, y menor de 25 grados en verano.

Por ello, podemos encontrarnos en algunos casos que la conjunción de puentes térmicos (en zonas o épocas de alta humedad relativa exterior y localizados además en pisos con una inadecuada ventilación de las estancias) y un incorrecto “calefactado” puede generar un cocktail de consecuencias imprevisibles.

A lo largo de los años que llevo trabajando como arquitecto, he visitado numerosas viviendas donde los mohos cubren parcialmente las paredes de algunas estancias, normalmente en las plantas superiores y en las paredes con orientación norte. Y sobre todo, en la zona de vigas, pilares, lugares parcialmente cubiertos o esquinas (en estos dos últimos casos, donde la renovación del aire es menor).

Es cierto que la mejor energía es la que no se consume, pero esto no debe tener aplicación únicamente una vez se encuentran construidos los edificios. También debe plantearse esa cuestión antes de construirlo, y analizar las consecuencias energéticas de dicha obra. En uso residencial, debe estudiarse asimismo la adecuación de las viviendas a las necesidades de la sociedad actual, donde cada vez existe un ratio más pequeño de personas por vivienda.

En edificios existentes, deben realizarse las obras necesarias para la mejora de la eficiencia energética, proceso en el cual nos encontramos aunque quede muchísimo camino por recorrer.

En conclusión: la resolución de los puentes térmicos y en definitiva la mejora de la eficiencia energética en el diseño de los edificios es especialmente importante. Tan importante, como lo es el mantenimiento adecuado por parte de sus usuarios, para garantizar la calidad del aire interior, un grado de confort “adecuado”, y para poder aumentar también la durabilidad de los elementos constructivos.