El primer lunes del mes de octubre se celebra el día internacional de la arquitectura. Así que los arquitect@s estamos de celebración: ¡genial! Confiando, eso sí, en que el presidente ruso se extinga antes que el viejo continente. Si no, mal plan.
La arquitectura es una disciplina apasionante cuyo impacto en la sociedad es muy superior al de cualquier otra manifestación artística. Paradójicamente, en la era de la divulgación infinita de contenidos (con medios especializados como tic-toc o instagram), la arquitectura continúa siendo una gran desconocida para la mayoría de la población, más allá de la recurrente sostenibilidad. Basta con preguntar al vecino del quinto o a la viuda del portero de la comunidad. Todos conocen con pelos y señales la ruptura de Tamara Falcó, el resultado del último partido del Madrid o los detalles del estreno de la próxima serie en Netflix. Seguro que pueden enumerar la alineación de su equipo favorito y conocen el nombre de numerosos actores y actrices español@s. Pero pídeles que te citen el nombre de tres arquitectos. El resultado será cuantitativamente diferente.
Por ello, resultan necesarias iniciativas como las actividades que estos días van a celebrarse. Desde aquí envío mis más sinceras felicitaciones para todas las personas (anónimas o consagradas) que contribuyen a la difusión de la arquitectura, especialmente a las que lo hacen durante todo el año. Algunos de ellos ni siquiera son arquitectos, pero eso no importa cuando el conocimiento que transmiten está bien cimentado. Al revés: considero que licenciarse en arquitectura no te convierte en arquitecto, al igual que poseer un piano no te transforma en pianista.
La pasión por la arquitectura se puede demostrar desde un canal de youtube, un podcast, un blog en El País, un programa de radio o televisión o simplemente “proyectando”. Utilizo la palabra simplemente”, aunque en realidad lo hago con una dulce ironía, ya que proyectar es la más bella acción que un arquitecto aspira a realizar. Se construya o no, la sensación de imaginar es un acto único. En la cabeza de un arquitecto, al concluir un proyecto éste ya aparece como construido gracias a la mejor renderización posible: su imaginación.
Proyectar es un verbo que puede englobar la ideación de multitud de elementos, objetos, edificios y sobre todo, de todo tipo de escalas. S,M,L,XL que diría mi admirado Koolhaas. Todos los proyectos son importantes. Incluso me atrevo a firmar que las pequeñas aportaciones son las más valiosas, las más sinceras, las más creativas. Porque demasiadas veces la arquitectura relega la más bella de sus tareas (“proyectar”) en favor de justificaciones técnicas arbitrarias que solo perjudican el resultado final. Los estrictos corsés normativos que día a día, año a año se imponen a los arquitectos en aras de una mayor calidad o unificación del resultado no hacen más que empobrecer el ánimo de los proyectistas. Especialmente en España, donde se produce claramente un agravio comparativo respecto a nuestros vecinos europeos. De hecho, las mejores obras son las que incumplen muchos de las reglas establecidas. Y no afirmo que la transgresión sea el camino, pero sí reivindico el sentido común para que los arquitectos trabajen “por” la arquitectura, y no “para” la arquitectura.
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Vivimos tiempos convulsos. El fascismo está en auge (con permiso del renacido Lula da Silva) y el fanatismo de un loco acorralado puede tener consecuencias imprevisibles sobre todos nosostros.
La honestidad cotiza a la baja en un mundo de intereses cruzados. La sostenibilidad del planeta se está utilizando de forma interesada y sesgada en un escenario global donde también son importantes otros planteamientos que afectan directamente a la arquitectura. En realidad, conciernen a las personas y a su calidad de vida, simplemente porque los edificios que habitamos impactan directamente en nuestra salud mental.
Desde mi punto de vista, actualmente la arquitectura navega a la deriva en un mar de incertidumbre y debe orientar su rumbo para alcanzar un puerto seguro. Las diferencias sociales, ideológicas y económicas entre semejantes no pueden suponer un abismo insalvable. La arquitectura puede y debe unir. Mejorar el mundo es una utopía, pero pequeños gestos dan sentido al entorno inmediato.
Compañer@s: dediquemos más tiempo a pensar. A observar. El entorno está plagado de inspiraciones que se mezclan en nuestro interior aderezadas con las experiencias propias. Así se construye: a través de nuestros ojos. La creatividad es un estado que nace de una actitud: crear. Hacer una mejor arquitectura es posible, y ayudar a divulgarla también. Animo especialmente a las futuras generaciones que hoy recorren los pasillos de las escuelas de arquitectura de nuestro país; precisamente donde se acumulan esas futuristas maquetas de dudosa habitabilidad que me encantan, para que continúen deleitando al mundo con sus creaciones. Porque si crees en ti mismo, todo es posible.
Despido esta efeméride con una meción al artículo que recientemente ha escrito Juan José Millás en El País: “La diagonal se inventa sola una vez que descubrimos el cuadrado. En un triángulo, aunque invisible, ya palpita la bisectriz como en una circunferencia late el radio”. Por ello, sentir verdadera pasión por la arquitectura no es un privilegio, sino una realidad latente. Un sentimiento inherente. Lo demás son excusas.
La arquitectura debe ocupar un espacio mucho más importante del que actualmente posee. El talento o la disponibilidad difieren enormemente de unas personas a otras, pero remando todos juntos, encontraremos el destino al que dirigir nuestra embarcación y expandir nuestro mensaje. Audentes fortuna iuvat.
¡Feliz día y feliz arquitectura!