Cuando te encuentras más cerca de los 50 que de los 40, comienzas a interiorizar que nada de lo que te rodea es para siempre. Y que todo aquello por lo que luchas, un día dejará de tener sentido. Simplemente porque tú no estarás para dárselo. Y puedo sentirme afortunado por haber nacido en las postrimerías del siglo veinte y no en la edad media, al igual que por haber tenido la suerte de venir al mundo en el llamado primer mundo (y no en el tercero, aunque por cierto, nunca haya sabido cuál es el segundo mundo); porque si no, seguramente yo ya estaría muerto.
La arquitectura nos rodea como el aire que respiramos. No podemos alejarnos de ella porque siempre nos acompaña. En mayor o menor medida. La vivienda es la mayor inversión de nuestra vida, y cuando ésta se acerca a su fin, las circunstancias pueden obligarnos a desprendernos de nuestro bien material más preciado .Quizás no tengamos herederos, o simplemente las circunstancias de estos no sean las más favorables. Incluso puede resultar a la inversa, y de hecho sucede: personas mayores que mantienen a hijos adultos y nietos. También puede suceder que quizás precisemos un cuidado de veinticuatro horas al día, o tal vez recibir un tratamiento carísimo que no cubre la menguante Seguridad Social. La vejez va asociada en muchos casos a una reducción de ingresos y un aumento de gastos. Con la inflación desbocada en mitad de 2022 y la revalorización de las pensiones en el aire, puede suceder que nuestra vivienda pueda significar el último cartucho para despedirnos de este mundo de una manera digna. Por mucho que hayamos meditado la decisión durante muchas noches sin dormir, sentimos que los ahorros de nuestra vida tienen forma de ladrillo y nos rodea todas las mañanas. Transformar paredes en euros puede resultar una solución; desesperada, pero solución. Me imagino a esa pareja de octogenarios cansados de pasar frío en invierno debido al encarecimiento de los precios del gas y la electricidad. Pobreza energética, lo llaman. O la tristeza en los ojos de ese viudo sentado en un sofá de un silencioso salón que añora la presencia del otro cincuenta por ciento. También las manos temblorosas de una anciana que arrastra a duras penas el carro de la compra, las tareas diarias y el grave problema de salud que acaban de diagnosticarle. Alzheimer, creo que le dijo el médico. Pero no lo recuerda exactamente.
«Hay dos cosas ineludibles en este mundo: el pago de impuestos y la muerte.» (Benjamin Franklin, fundador de EEUU). Y cuando ya no estemos en este beligerante mundo nada de lo que suceda nos importará. Ni la guerra en Ucrania, ni el calentamiento global ni el magnicidio de Shinzo Abe. Pero vender nuestro hogar es demasiado doloroso. Sería traicionar a nuestra memoria, a la felicidad de nuestra vida: a todas esas sonrisas, caricias y palabras bonitas que nos susurramos cuando todo estaba por construir y creíamos que la vida era eterna. Por ello, en lugar de vender nuestra vivienda y trasladarnos a una residencia para la tercera edad o un pequeño apartamento tutelado, hemos decidido vender nuestra piso pero con derecho a permanecer en él hasta el fin de nuestra existencia. Liquidez inmediata: problema solucionado. ¿O No?
Según se mire, puede parecer una tabla de salvación para esas personas, una solución sencilla para un problema y hasta un acto loable. Pero por otro lado, desde mi punto de vista, es una perversión del sistema; un acto perverso que aprovecha la necesidad de un persona vulnerable. Como quien ofrece un alojamiento a mujeres con buena presencia a cambio de “compañía”. Comportamientos “legales”, pero no por ello no resultan enfermizos. De una sociedad sin empatía. Fría. Pobre.
Los anuncios de viviendas en nuda propiedad cada vez son más comunes, sobre todo en nuestro país donde la propiedad está tan extendida. También existen otras modalidades similares como la hipoteca inversa (inmueble como garantía) o la vivienda inversa. Son ofertas que ofrecen la titularidad de la propiedad a cambio del derecho de uso del vendedor (usufructo). Una operación inmobiliaria que debe firmarse ante notario como cualquier compraventa convencional, y que tiene letra pequeña en caso de una longevidad excesiva del vendedor. Para el comprador, es un “chollo”, teniendo en cuenta su ajustado precio que responde a la búsqueda de una inversión inmobiliaria con remuneración a medio plazo y condiciones que aseguran su rentabilidad en cualquier escenario. Sobre todo porque la mayoría de ancianos elige el pago mensual que complemente su pensión. De esta forma de administran mejor el dinero, piensan los ingenuos. Sin saber, que esa modalidad es la que más favorece a los buitres.Un especulador con paciencia, podríamos decir. Aunque a mí me venga la cabeza la idea de un señor esperando la puerta esperando a que le vendedor salga de su vivienda con los pies por delante. Vomitivo.
La vivienda digan es un derecho constitucional. Hasta aquí todo bien. Todos de acuerdo. El tema de las obligaciones es otro asunto. Como dicen los técnicos municipales cuando les hablas de un expediente donde se ha aplicado otro criterio y estar fuera de juego no resulta una situación cómoda.
Pero el esfuerzo de toda una vida no puede servir para que un aprovechado se frote las manos esperando que el vendedor pase a mejor vida y obtener la plena propiedad del inmueble. Esta compra en diferido (como el despido de Bárcenas, según Dolores de Cospedal) tendrá un precio diferente en función de la edad del vendedor. Cuanto más mayor, el precio será más próximo al precio de mercado de ese inmueble en condiciones normales. Sobre todo si se sobrepasa la esperanza de vida del país (establecida en España en 86 años para las mujeres y 80 años para los hombres).Un dinero que puede recibirse de una sola vez o fraccionada en el tiempo. Una especie de complemento a la pensión de jubilación que hará mantener un nivel de vida más cómodo.
La Ley del Impuesto de Sucesiones y donaciones establece una fórmula sencilla para calcular el valor de la vivienda en función de la edad del vendedor. En realidad se trata de obtener la depreciación aplicable y restársela al precio de mercado.
¿Pero cómo es la vida tras la nuda propiedad? Yo no me la imagino. Y no quiero imaginármela. Vivir pensando que alguien está deseando que te mueras. ¿No es una perversión? ¿Una especulación obscena? Yo lo veo así, y prefiero no maquillarlo. Como decía antes, me parece que es hacer negocio a costa del necesitado. Para mí, una vivienda es mucho más que un valor de intercambio en el mercado de valores. Un concepto que explicaba de forma magistral el exministro de economía griego Yanis Varoufakis en su libro “Economía sin corbata”. Una vivienda es un hogar, el espacio íntimo de uno o varios individuos. Un refugio único donde ser uno mismo. Donde puedes desnudarte y dejar de huir. Un lugar bello, un oasis en paz en mitad de ese infierno llamado mundo. Y está compuesto por mil detalles, como un puzle tridimensional y atemporal que alberga los momentos más importantes de nuestra vida. Un álbum de recuerdos. Porque allí donde el nuevo comprador solo ve una figura de cerámica, el vendedor ve la felicidad en los ojos de aquellos amigos que inundaron ese salón de sonrisas todas las tardes de domingos y que les trajeron un recuerdo de su primer viaje al extranjero tras superar ella un cáncer de mama. Ahora, con las manos temblorosas por el parkinson, no se atreve a coger la figurita por miedo a que se le escape entre los dedos y se rompa en mil pedazos. Como el tiempo y la confianza. De ahí la importancia de cuidar lo que tenemos.
Sentirse querido es muy importante. Por eso no me cansaré de decir que en este mundo falta amor. Amor para dejar de cometer atrocidades en nombre de no sé qué derecho. En justificar barbaridades que nadie se atreve a denunciar. Por miedo. En mirar hacia otro lado. La vivienda no es solo arquitectura. Y mucho menos puede reducirse a un gélido negocio, por mucho que lo envuelvan de transparencia.
La solución que yo defiendo no se trata solo de dejar una herencia, porque a veces ni siquiera existe. Hablo de garantizar con recursos públicos una vida digna a personas que ya han cumplido sobradamente con sus obligaciones laborales y contributivas. Vivimos tiempos convulsos, y la esperanza de vida crece año tras año. Por eso no debería resultar tan barato vender una historia personal. Tampoco acceder un vientre de alquiler. Y tantas otras inequidades…La legislación debe proteger a los más vulnerables. Y no permitir acuerdos entre adultos, porque no son acuerdos privados. Son acuerdos que nos afectan a todas/os.
Un hogar es el punto de fijación de millones de mujeres y de hombres a este mundo. Es el reflejo de la vida de esas personas que han habitado en ella. Y precisamente por eso debemos protegerlas: porque la vida es lo más valioso que tenemos.