Un ser vivo es irremplazable. Único. Especial. No importa si es inmóvil, puede volar con sus propias alas o tiene sentimientos. Como os dije en el último post, el origen de la arquitectura surge de la necesidad de protección frente a la naturaleza. Un principio vinculado a una prioridad innata: la supervivencia. Un instinto que perdura en nuestros días, y que precisamente provoca la mayor parte de los males que hoy día nos rodean. Una aparente paradoja, pero que surge en muchos ámbitos cuando se polariza hasta el extremo cualquier planteamiento. Vivimos en un mundo en el que se mata por pensar diferente. O por decir la verdad. Que a veces es lo mismo, y en cualquier caso, resulta inaceptable. Pensar de forma distinta es como poseer diferentes aptitudes: forma parte de la diversidad humana, del mundo animal, y precisamente por ese motivo los hace tan valiosos. Nadie concibe despreciar a un niño que destaca en el campo de fútbol, todo lo contrario, importando por tanto muy poco que no sepa tocar una sola nota al piano. Ni desprestigiar a un famoso cocinero que no tiene la capacidad de escribir una novela de intriga. Ya lo dijo el gran científico Albert Einstein: “Si juzgas a un pez por su habilidad para trepar árboles, pensará toda la vida que es un inútil”.
De forma paralela, hace millones de años, el sentimiento de “humanidad” surge en el paleolítico, con los primeros enterramientos que muestran condolencia por los congéneres. Una virtud que se ha ido diluyendo a lo largo de la historia, a tenor del panorama internacional que invade los medios de comunicación. La ilegítima invasión rusa del 20 % de Ucrania no es solo una inequidad difícil de comprender para el común de los mortales, sino que junto al cambio climático ha conformado la tormenta perfecta para desencadenar una incipiente hambruna en los países más pobres de nuestro planeta que puede alcanzar consecuencias imprevisibles. Ya están muriendo miles de niños cada día por desnutrición extrema. Y puede ser mucho peor. La guerra, el calentamiento global, el odio por el diferente (enemigo invasor) y muchos otros males son responsabilidad directa del ser humano. ¿Cómo se explica la reciente matanza de personas de color en un supermercado de Búfalo, EEUU? ¿O la de niños de Uvalde, Texas? ¿Cómo alguien con 18 años y un subfusil puede contener tanto odio? La teoría que el ultraderechista gay Renaud Camus presentó en 2011 bajo el lema de “El gran reemplazo” le confirió popularidad. Desde su chateau del sur de Francia creó un argumentario que sirvió como base para justificar el creciente odio de algunas personas individuales o colectivos por otros seres humanos que deberían tener los mismos derechos que ellos. En teoría. La realidad es que matar a negros, gais, minorías étnicas de cualquier país subdesarrollado o ucranianos se ha convertido en la diana donde lanzar las frustraciones propias. Eso sí, cuando se trata de personas con bajos recursos económicos. Porque si la situación económica personal está saneada, la persecución desaparece de inmediato. Otro de los poderes mágicos del dinero.
La inteligencia artificial nunca cotizará a la seguridad social. Y tampoco podrá sustituir jamás la capacidad humana de sentir, improvisar y crear belleza en cualquier disciplina artística o profesional. Es cierto que un ser artificial no se asociará a un grupo sindical, no cogerá baja por stress ni pedirá un aumento de sueldo. Pero tampoco será capaz de darte un abrazo de esos que hacen que todos los pedazos de tu vida se fusionen de nuevo por un instante. La capacidad de diagnóstico de los algoritmos almacenados en ese archivador llamado “Big Data” es incapaz de proponer diversas soluciones para un mismo problema, basándonos en la intuición, la improvisación o la empatía.
Proyectar es una acción de gran belleza, responsabilidad y con una fuerte connotación personal basada en las experiencias vitales. ¿Qué experiencia vital tiene un ordenador? ¿Cómo describir el olor de la tierra tras la lluvia? ¿O el frescor del agua de un manantial en lo alto de una montaña? Una bella puesta de sol junto al mar, el sabor de una fresa recién recogida de la huerta, el temblor de un adolescente al recibir su primer “beso” de verdad… ¿Cómo explicarle a través de la programación las sensaciones que un espacio transmite cuando se camina a través de él? Los juegos de luces, la perspectiva, el equilibrio de volúmenes y texturas en el espacio… Es algo indescriptible. Y en parte, por la diferente sensibilidad de cada persona. Y de la etapa en la que se encuentre; o el momento del día…Pero sobre todo lo que hace grande a la vida es el amor: sentir, amar, reír, llorar, desear, abrazarse, caminar de la mano, engendrar vida… Inefable.
Crear es dar una respuesta única; tantas como personas existen en el mundo. Por ello ninguna inteligencia artificial podrá suplantar la interpretación de una persona que produce una obra de arte: ya sea una canción, una película, un dibujo o un edificio.
La deriva humana a la que camina el mundo debe ser reconducida de inmediato. Se corrige el cambio climático gracias a la sostenibilidad, a pesar de que la polución sigue siendo hoy día la causante de miles de vidas cada año y de la destrucción de la biodiversidad natural.
En un futuro próximo tendremos mejores edificios, más eficientes sí. Pero también necesitamos mejores personas que sean merecedoras de habitar el mundo que nos acoge. En primer lugar debemos ser agradecidos, y conseguir a través de la educación la verdadera igualdad de oportunidades a nivel mundial. Una auténtica utopía, cuando ni siquiera es concebible algo así a nivel local. Las ciudades no ofrecen las mismas oportunidades a las personas precisamente porque nadie está dispuesto a que así sea. Egoísmo personal, lo llaman. Ese sentimiento de supervivencia primigenio modificado a través de los siglos.
Tras la pandemia provocada por el COVID-19 no encontramos inmersos en un escenario bélico global sin precedentes. ¿Cómo es posible? Recientemente he leído que la edad madura supone una mayor capacidad para ser solidarios y felices. Aunque como siempre, algunas excepciones (Vladimir Putin) tienen la capacidad de arrastrar al resto a un precipicio indeseado.
El control de la natalidad en los países más desfavorecidos se ubica en el extremo opuesto de la necesidad del primer mundo por incrementar la natalidad. En un futuro próximo la ansiada longevidad conformará, junto con la baja natalidad, un grave problema para mantener la estructura de gasto público. Una longevidad que va ganando protagonismo en nuestra sociedad del bienestar. Según un estudio, la destrucción de las células senescentes gracias a los linfocitos T permitirá alcanzar edades que superen ampliamente y de forma generalizada los 100 años. Al menos en el primer mundo; en el resto… habrá que esperar.
No me interesan los mundos paralelos: ni el virtual ni el interplanetario. El metaverso (según su creador, Mark Zuckerberg) es la “evolución lógica de internet”. Pero evolución o lógica no responden siempre a los mismos patrones. Sobre todo cuando se trata de guiar a una sociedad digital tal que el flautista de Hamelin. Por ello, comprar un terreno imaginario o una mansión intangible en Sandbox o Decentraland me parece una caricatura pueril solo apta para frágiles mentes sin desarrollar. Al menos yo, no deseo tener un absurdo avatar. Tampoco creo en los NFT, las criptomonedas ni en los libros sin páginas. Debe ser que la vida me ha vuelto desconfiado, y que siempre he sido muy de tocar las diferentes texturas de los edificios que me resultan atractivos. Lo siento: pero yo solo creo en lo físico. Lo demás, lo dejamos para la fe, el ocio o como escaparate virtual (como ya lo son las redes sociales), nunca para valorarlo como una realidad vinculada al desarrollo de la vida. Sin duda, nos encontramos ante el opio del pueblo versión 3.0.
La arquitectura debe jugar siempre un papel fundamental en la construcción del futuro. En la Tierra. Es el escenario donde se desarrolla la vida, no causa de su extinción. Un futuro integrador, en el que todos participamos, sin injustas desigualdades. Por supuesto, valorando el esfuerzo de cada persona, que no es otra cosa que una loable muestra de agradecimiento por lo más valioso que poseemos: la vida. Aquí es donde debemos centrarnos. Viviendas humanas y ciudades humanas. Pero de verdad. Espacios donde la empatía impida que los mayores mueran solos y los jóvenes no odien.
Por ello, me resulta surrealista invertir un solo euro en diseñar Nüwa, una nueva ciudad llena de túneles pero que pretende ser super acogedora. Únicamente tiene una pequeña pega: se ubica en Marte. Es para dar saltos; no de alegría, sino para desplazarse, puesto que la gravedad es un tercio menor a la de nuestro planeta. Sin duda, se trata de una quimera para una vida incierta y de pésima calidad. También hay quien investiga escenarios apocalípticos (Uriel Fogué, del Gabinete de Crisis de Ficciones Políticas”, que puede resultar interesante exclusivamente para saber hacia dónde no debemos ir. ¿Pasará a la historia el momento que vivimos como la “edad Oscura” ?, tal y como afirma el australiano Liam Young, un arquitecto “diferente” que expone actualmente su pensamiento en la Fundación Telefónica de la Gran Vía madrileña.
Yo no estoy en contra de la investigación y el desarrollo de nuevas tecnologías. Todo lo contario. Pero no estaría de más pensar que, antes de agotar los recursos de la Tierra, deberíamos hacer un consumo más responsable de ellos. Algo que incluye por supuesto el respeto entre todos sus habitantes, dejando a un lado el individualismo en el que ha derivado el instinto de supervivencia y que solo nos conduce al odio por el diferente. El ser humano es un organismo social, y su salud mental se alimenta del entorno emocional que lo rodea.
Me voy a dormir. Por hoy ya he trabajado suficiente.
(….)
Amanece en la Tierra. Otro día más, la vida se abre paso.