casa 33

el proyecto de toda una vida…

Olot es una pequeña y rica ciudad situada al norte de la provincia de Girona. Sus cerca de 35.00 habitantes conforman la capital de la comarca de la Garrotxa, conocida por sus fascinantes y exclusivos paisajes volcánicos. Alejada geográficamente, se encuentra conectada con el mundo a través de 3 personas: Ramón, Carme y Rafael. Ellos lideran el estudio RCR, que ha puesto a nivel arquitectónico en el panorama  internacional a la ciudad que los vio nacer. El mejor ejemplo de que el trabajo bien hecho y la constancia son capaces de derribar cualquier muro geográfico y superar todas las fronteras culturales.

A lo largo de cuatro post os resumiré brevemente la experiencia que he vivido cada uno de los días que he estado recorriendo la obra construida de RCR en la provincia de Girona. Tres creadores que “mantienen un reto: la búsqueda de una arquitectura desmaterializada, transparente, sin límites, puro espacio en simbiosis con la naturaleza”. (Josep María Montaner, comisario de la exposición monográfica realizada por RCR en el Museo ICO de Madrid en 2016).

Llegué un lluvioso mediodía de primavera, con el cuaderno de notas impaciente, mi réflex preparada y las ilusiones intactas. Mi bicicleta me acompañó hasta la primera parada: el parque gredal del volcán Montsacopa. Un lugar con unas vistas panorámicas espectaculares sobre Olot, aunque la intervención pública ejecutada es de muy escasa entidad.

Desde aquí me dirigí al Passeig Bisbe Guillamet, un boulevard situado en el centro de la ciudad. De nuevo se trata de un espacio público que pretende vertebrar las circulaciones peatonales y de vehículos. El proyecto incluye la ejecución de un parking subterráneo que emerge sobre la rasante a través de dos volúmenes compactos que incorporan las comunicaciones verticales. El mobiliario urbano (luminarias, bancos y papeleras) se resuelven con gruesas pletinas de acero, fieles al estilo del estudio. Parece ser que las críticas vecinales impedirán la ejecución de una segunda fase de este proyecto, que incorporaría el paseo adyacente.

El tiempo pasa rápido y la débil lluvia no cesa. Se acercan las 16:00 h, momento en el que tengo cita con Andrea Buchner, responsable de la fundación BUNKA (“cultura” en japonés), creada desde RCR para promover la arquitectura en diferentes ámbitos. Andrea es una arquitecta alemana afincada en España; vinculada siempre a la gestión cultural y formalización de eventos arquitectónicos, será la responsable de guiarme individualmente por el espacio donde se alimentan las ideas de RCR. Un lugar donde sus raíces se nutren de ideas que germinan por todo el mundo.

Sus autores lo describen así en la memoria del proyecto: “Materializar un sueño: encontrar un espacio donde poder soñar. Con encuentros, discusiones, reflexiones, silencio, jardín, historia, y (…) oler respirar. Para crear: la arquitectura y el paisaje. Para compartir: nosotros y muchos más. Un lugar para sentir las fuerzas de la naturaleza, del aire, del agua, de la tierra, de la vegetación, del fuego…que impregne nuestra vida cotidiana y nos recuerde que somos efímeros y vulnerables, y que nos obligue a valorar lo esencial. Un lugar para realizar actos de magia, que a fin de cuentas es llevar la imaginación a la realidad”.

He visto con anterioridad diversas imágenes de la fachada del Espai Barberí y tengo la dirección del estudio; pero al llegar a mi destino me asaltan las dudas. En el exterior no aparece ningún rótulo que indique que tras la puerta que va a abrirse se encuentra el universo RCR. Es literalmente una fábrica de sueños, y no solo por el hecho de que uno de los espacios fue bautizado como el “pabellón de los sueños”. Un ejemplo inigualable de integración con lo preexistente, poniendo en valor la belleza de lo imperfecto. Un antiguo taller de fundición de campanas, que hoy se han transformado y los ecos metálicos del pasado suenan a arquitectura compartida. Sin duda, un lugar que no pertenece a este mundo.

Durante algo más de dos horas y media recorremos las diferentes zonas de trabajo que conforman este mágico estudio de arquitectura, resuelto en dos plantas. El acceso se produce directamente a una espacio distribuidor abierto, con vistas hacia la zona exterior existe en la parte posterior. El acero lo inunda todo. Varias personas pasan junto a mí ajenas a mi presencia. La concentración de todos los componentes del estudio (que después podré ver más de cerca) es evidente. En la planta baja se hallan varias zonas abiertas sin calefactar, poco recomendables en las épocas más alejadas del verano. Pero precisamente en estos espacios se desarrollan los diferentes talleres estivales de arquitectura y fotografía. Existen también un área de trabajo para la elaboración de maquetas y un laboratorio de pruebas en la zona más alejada de la entrada se encuentra.

El citado pabellón de los sueños es una joya: una caja decristal que respeta la historia y la naturaleza, y que permite realizar múltiples reuniones o presentar los proyectos a los clientes (siempre con dibujos a mano, con ideas, sin apenas planos).

En la planta primera, accediendo por una enigmática y oscura escalera de acero se encuentran dos zonas principales: el estudio de arquitectura ( donde se encuentran 15 personas aproximadamente) y despacho de Rafael, Carme y Ramón. En la zona del estudio se mantienen a la vista los muros de piedra y las cerchas de madera, destacando las mesas de cero en voladizo de casi 5 metros.

El despacho de RCR es de planta cuadrada y dispone de un gran ventanal hacia la calle ligeramente elevado. Este espacio destaca por su gran altura, donde una impresionante biblioteca hace de telón de fondo y sorprende por la ingente cantidad de publicaciones que alberga. En el centro del espacio, una amplia mesa de cuadrada dispone de tres sillas para albergar tres universos creativos.

Al terminar la visita, uno sale de allí en una nube. El diseño de cada elemento y la lluvia incesante de dibujos, maquetas y proyectos de todo tipo que habitan allí te hipnotizan y transportan a otra dimensión.

Tras un breve periodo para reflexionar sobre todo lo vivido, me dirijo hacia mi siguiente parada: el pabellón de baño situado junto al río Fluviá. Una obra pequeña, la primera que conocí de sus autores, que descansa sobre un húmedo manto verde. Una auténtica joya. Los tres planos que componen esta obra flotan sobre los cuerpos que albergan el programa, una pequeña terraza con bar y aseos. El frescor de la hierba tras la lluvia envuelve esta pequeña construcción, protegida por robustos árboles, que sirvió a RCR para abrirse camino allá por el año 1995 (aunque la obra fue finalizada en 1998). Un ejercicio de depuración, que denota la influencia de Mies van der Rohe.

Desde aquí accedí a la zona deportiva donde se encuentra el pabellón 2 x1, un pequeño volumen desplegable en acero corten que contienen el bar del campo de rugby. Una réplica en miniatura de los principios con los que se germinó el Pabellón de baño.

Esta zona deportiva posee así mismo un estadio de atletismo, que con su edificio de vestuarios completa la actuación en esta zona. Este edificio se construyó unos años después que las pistas y busca la integración con el bosque circundante. Está resuelto en dos plantas: planta baja (acceso) y semisótano (donde se disponen los vestuarios a nivel de pistas).

Mi llegada a esta obra fue antinatural ya que accedí desde el río, por la parte posterior del recinto deportivo. Sin embargo, el recorrido lógico es desde la parte superior, donde de nuevo una cubierta se apoya sobre dos volúmenes que dejan un paso abierto hacia el paisaje e invitan a generar un recorrido hacia la parte inferior.

Cabe destacar el pavimento exterior de toda esta obra, y que se realizó a base de armaduras de acero corrugado perfectamente alineadas sobre una base de piedra volcánica irregular.

Muy cerca de allí, siguiendo la “ruta verde del carrilet” se encuentra el ¨Parque de Pedra Tosca”(2004) en Les Presses. El acceso a esta zona volcánica también es obra de RCR. Este lugar de inusitada belleza natural es ya de por sí es un reclamo, envuelto muchas veces en una niebla que le concede un aire misterioso y enigmático. La zona de acceso aumenta esas sensaciones, al haberse creado con maestría pasadizos  con paneles de acero corten que por un lado contienen la fuerza de la naturaleza y por otro focalizan los recorridos a modo de pequeño laberinto. Un recurso que se repetirá en obras posteriores, como por ejemplo las bodegas Bell-Lloc de Palamós (2007).

Así concluye mi primer día en el corazón de un Pritzker. Con siete obras visitadas y muchos sueños por cumplir.