La materia es en esencia vacío. Pero los objetos, tal y como los conocemos, ocupan un espacio. Esta frase que acabo de plantear define mi pensamiento acerca de las viviendas del futuro. Un post que nace tras leer en prensa que un joven ingeniero donostiarra afincado en Boston (Hasier Larrea) ha sido considerado por a la revista Forbes como un visionario del mueble del futuro. Con esta premisa no puedo evitar ampliar la información sobre estos avances. La base de su sistema “ORI” es sin duda prometedora: pisos que se pliegan y se despliegan para optimizar la superficie de las cada vez más ajustadas viviendas urbanas. Incorporando los últimos avances tecnológicos ha creado lo que llama “muebles con super-poderes”. Según sus novedosos postulados, “es el espacio el que debe adaptarse a nosotros, no nosotros a él”.
Sin embargo, yo no aprecio en estos principios nada novedoso. El gran diseñador de muebles Gerrit Thomas Rietveld (Utrecht, 1888-1964) hizo un grandioso regalo a la humanidad: la casa Schröeder. Entre la infinidad de aportaciones, esta obra incorpora numerosos elementos móviles que transforman el espacio a lo largo del día en función de las necesidades de sus propietarios. Sin viajar tanto en el tiempo existen ejemplos más recientes que redundan en el mismo concepto: “la casa de Yolanda” del interesantísimo estudio de arquitectos madrileños PKMN (ahora enormestudio). En este caso, tres módulos móviles de madera OSB dan versatilidad a una vivienda de ajustadas dimensiones. Baño y cocina desaparecen cuando llega un cliente, y la cama reposa sobre el suelo cuando llega la noche. Sin duda, un gran proyecto que se adapta como un guante a su propietaria.
Pero existe otro ejemplo de arquitectura compacta con elementos móviles que tuve la suerte de visitar en Barcelona. Corría el verano de 2011, y recuerdo cómo al encontrarme con mi perenne amigo Álvaro en la Plaza de Catalunya bajo un sol abrasador me preguntó: “¿Quieres ver un piso de 6 metros cuadrados? “Mi respuesta no tenía escapatoria. Por el camino, me explicó que era obra de un decorador inglés amigo suyo, llamado Paul Taylor, recientemente finalizada para una joven pareja suiza. Caminamos escasos metros, y en una estrecha calle del barrio gótico ascendimos hasta lo que era un antiguo trastero. Exento, como un torreón bañado por la luz natural, un espacio en doble altura de apenas 6,00 m2 albergaba un programa completo de vivienda. Accesible a través una escalera de pates de acero inoxidable, el mini-piso disponía increíblemente de salón comedor, cocina, dormitorio y baño. Con ayuda del ingenio y de los elementos móviles, el reducido espacio multiplicaba su superficie hasta el infinito. El sofá se transformaba en cama. La mesa ocultaba una cocina y unas sillas colgadas en la pared. La ventana se cubría con un estore y gracias a un proyector funcionaba como televisión. El frigorífico ocupaba parcialmente la base del sofá. Y el baño completo flotaba ingrávido sobre todo el espacio. Fue una experiencia increíble, que aún hoy permanece grabado en mi retina con inusitada fuerza.
En el año 2000 adquirí el libro “La vivienda contemporánea: programa y tecnología” editado por el Instituto de la Construcción de Cataluña y escrito por el arquitecto Xabier Sust y por Ignacio Paricio (catedrático de construcción en la ETSA de Barcelona y conocido por su publicación ·”La construcción de la arquitectura: las técnica, los elementos y la composición”). Esta magnífica obra (publicada en 1998) consta de dos partes: “Los aspectos programáticos de la vivienda” y “El proyecto y la técnica”. En ella se exponen conceptos muy interesantes relacionados con la vivienda del futuro. Principios sencillos pero muy útiles. Analiza los cambios de la sociedad en los últimos años, y cómo los diferentes estilos de vida implican generar casas versátiles. Defiende, entre otras cosas, extrapolar los conceptos organizativos de los edificios de oficinas al mundo residencial.
La “doble circulación” y la flexibilidad del espacio son fundamentales para eliminar las interferencias con las diferentes actividades que se desarrollarán a lo largo del tiempo. El término “noche-día” se disuelve. En los dormitorios no solo se duerme: se lee, se juega, se navega, se ve la tele; la cocina se ha convertido en lugar de encuentro y de múltiples tareas, y el baño se ha transformado en un lugar de relax y ejercicio. No recomienda duplicar usos, e incluso se apuesta por sustituir el tendedero por una secadora. Los espacios de paso y distribución deben minimizarse y albergar otras funciones. Por ejemplo, almacenamiento en armarios integrados para todos esos objetos que acumulamos sin límite.
Existen multitud de proyectos de grandes arquitectos del s. XX que incorporan estas propuestas. Desde “cajas” no legibles desde el exterior (frente a las “viviendas estuche”) hasta los espacios panópticos de F.L. Wright y Mies Van der Rohe, pasando por los proyectos de Le Corbusier que incorporan una parte del exterior al interior de la vivienda. En España también se ejecutaron de forma coetánea múltiples tipologías residenciales con planteamientos innovadores en cuanto a flexibilidad, tanto en viviendas unifamiliares como colectivas.
Es innegable que el futuro pasa por la digitalización de nuestro entorno. Vivimos en un mundo en plena transformación tecnológica, avances que comienzan a caminar junto a nosotros sin que muchas veces nos percatemos de ello. El coche ya ha sido invadido por ese virus, que paulatinamente contagiará a todos los espacios que habitamos. Y junto a esos avances, nos encontramos frente al reto de la eficiencia energética: una realidad paralela que nos acaricia lentamente. Pero una cosa debe quedar muy clara: los recursos para optimizar la superficie útil de cada vivienda pueden ser múltiples y más o menos eficaces; pero el espacio, igual que sucede con el tiempo, son variables eternamente insustituibles.