Hay frases que quedan grabadas en nuestra mente por algún ignoto motivo. La que hoy ha emergido, no estoy seguro de quién la pronunció. Aunque tengo una remota sospecha. Sí, ahora lo recuerdo. Lo hizo un profesor postmodernista de la escuela de arquitectura que solía vestir una rancia americana apolillada. Fue en una de esas aburridas clases de proyectos en las que el cuerpo permanece inmóvil y la cabeza vuela imaginando increíbles proyectos imposibles de construir. Hasta que escuché una frase que me obligó a aterrizar: la definición del arquitecto como un “cazador de similitudes dispersas”.
(…)
Las noticias que recibimos a diario (por redes sociales, webs de medios de comunicación, prensa en papel, televisión, radio…) arrojan una imagen de la sociedad de nuestro tiempo. Y con ello, nos invitan a tejer una malla virtual de conexiones imprevisibles. En un mundo global, todo está relacionado. Los intereses de unos suponen un perjuicio para otros. Una consecuencia lógica derivada del principio de acción y reacción, aunque en la mayoría de los casos no sea posible conocer la fuerza que nos empuja involuntariamente. La pandemia debería habernos enseñado a pensar en el bien común, sobre todo a los políticos que nos gobiernan. Aunque en el mundo capitalista que nos domina, pensar algo así sea una pueril ingenuidad.
En España los jóvenes se emancipan del hogar familiar con 30 años de media. Desde mi punto de vista es inadmisible; una aberración. En realidad se trata de una de las cifras más tardías de Europa, ya que en los países nórdicos la edad de abandono voluntario del hogar familiar desciende hasta los 18 años. Una brutal diferencia que radica en las políticas sociales que cada país posee y nos invita a reflexionar a los adultos emancipados sobre nuestra propia experiencia y la que deseamos para nuestros hijos. Además, el precio del alquiler supone en España un esfuerzo muy superior que en otros países de nuestro entorno.
Actualmente España soporta unos elevados niveles de paro, precariedad laboral y bajos niveles retributivos que afectan sobre todo a los más jóvenes. A ello se suman otros factores: como la educación y valores que reciben de sus padres, los ejemplos que ven en sus “ídolos 3.0“ y por supuesto, la oferta de viviendas disponibles en el mercado (sociales, alquiler libre, etc). Precisamente el precio de estos espacios determina la posibilidad real de poder emanciparse. España apenas posee un 2 % de viviendas sociales frente al 38 % de Países Bajos y la franja del 15 -20 % donde se encuentran otros estados como Austria, Dinamarca o Francia. Un porcentaje ridículo que además es el resultado de una vergonzosa política de privatización de viviendas sociales que permitieron las administraciones públicas. De esta forma, viviendas de protección oficial (VPO) perdían su carácter y pasaban al mercado libre. Una autentica aberración. Si este terrible error no se hubiera producido, España dispondría de una parque de viviendas sociales de más de 7 millones de inmuebles (un 25 % del total).
Nos encontramos en la era post-pandemia: un momento decisivo en la historia de la humanidad. Especialmente para nuestra juventud, cuyo potencial íntegro está todavía sin desarrollar. Sus ideas son importantes y disponer del espacio adecuado para hacerlo, también. Resulta inaceptable que esos jóvenes no tengan la oportunidad que merecen para acceder a una vivienda “trampolín” desde la que comenzar a forjarse un futuro (en alquiler o en compra), y la única opción que les quede en compartir piso. En Madrid o Barcelona un dormitorio con derecho a cocina y baño supera los 400 euros al mes. Un importe que supone el 40 % o 50 % del sueldo neto que esos neófitos trabajadores perciben, rozando los límites máximos que les permitan disponer del dinero suficiente para el resto de sus gastos (comida, ocio, ropa, etc).
La brecha entre salarios y precio de vivienda no para de aumentar y es algo que debe someterse a una involución inmediata. Por otro lado, la desconfianza de los propietarios hacia ciertos colectivos (principalmente inmigrantes) debe desaparecer, y entre todos conseguir que las viviendas vacías se llenen de vida. Igualmente, no debe haber cabida para las personas sin escrúpulos que se aprovechan del sistema para convertirse en morosos profesionales u ocupas por aburrimiento.
La necesidad de un cambio radical de rumbo es urgente. Las tipologías de viviendas estandarizadas que siguen edificándose en nuestro país y las políticas de gestión de la vivienda pública no garantizan el acceso para esos jóvenes. La oferta actual entorpece de forma inaceptable el proyecto de vida de un gran potencial humano. Es necesario proyectar viviendas adecuadas (más pequeñas y versátiles) para adultos de 20 años que todavía estudian un grado superior, trabajan en una fábrica o comercio y quieren tener su propio espacio o comenzar una vida en pareja. Y en el extremo contario, deben clausurarse espacios infrahumanos sin luz natural, aire limpio ni una mínima superficie donde poder vivir. Los abusos que presenta @elzulista en su cuenta de twitter en tono sarcástico son simplemente aterradores. Pisos de menos de 10 m2, buhardillas donde no se puede permanecer de pie, sótanos húmedos y malolientes, locales sin licencia para vivienda, alojamientos que se ofrecen a cambio de sexo, ubicaciones en la periferia más remota, etc. Cuevas aterradoras donde ni siquiera los murciélagos se atreverían a habitar, aunque siempre hay alguien dispuesto a hacerlo forzado por su necesidad extrema. Mientras, los ayuntamientos miran hacia otro lado amparados en absurdos principios, como por ejemplo que la fecha de construcción del edificio es anterior a las normas mínimas de habitabilidad vigentes. Deplorable.
Por todo ello, las instituciones deben hacer una apuesta firme por garantizar un precio máximo en el mercado de alquiler (la Ley estatal de Vivienda incomprensiblemente no termina de ver la luz) y legislar para aumentar la oferta disponible mediante incentivos fiscales. El control de precios puede generar dudas, ya que puede desincentivar a algunos propietarios para sacar sus propiedades al mercado de alquiler. Pero no hacer nada es todavía mucho más preocupante.
La solución definitiva pasa por expandir a medio y largo plazo el parque público de vivienda. España es un país que se inclina más por la compra que por el alquiler. Y aunque esto va cambiando, todavía queda mucho camino por recorrer. Por ese motivo es necesario destinar muchísimo más dinero a este fin, como ya lo hacen otros países europeos de forma exitosa. Apostando por la inversión en zonas degradadas donde no existe el interés privado.
En paralelo, las políticas económicas deben velar por la estabilidad laboral, con el fin de permitir el acceso a un crédito hipotecario para adquirir una vivienda en compra, con garantías de poder pagarla en el futuro. Y hacerlo de forma individual, sin la obligación de hacerlo en pareja ni tener que dejar de vivir durante años para ahorrar la entrada que el banco les pide, algo muy complicado mientras se paga el alquiler simultáneamente. Porque muchos jóvenes pueden pagar perfectamente una hipoteca todos los meses, pero les resulta imposible ahorrar para una entrada. En Reino Unido, por ejemplo, es el Gobierno quien avala a los compradores sin necesidad de disponer previamente de una cantidad de dinero. Es el programa “Help to buy”.
Es fundamental promover la colaboración público-privada para facilitar un alquiler asequible y además conceder facilidades (subvenciones, rebajas de impuestos, etc) para comprar una vivienda.
Una habitación es un piso compartido no es un hogar. Un hogar es el lugar en el que somos felices; en el que queremos estar siempre. Es nuestro refugio y nuestro lugar de descanso. Un espacio donde podemos hacer planes de vida, en lugar de dedicarnos a sobrevivir. Porque la vida es lo más valioso que tenemos, y nuestra casa es el espacio en el que se desarrolla.
Estoy seguro de que mejores viviendas es sinónimo de mejores personas: ¿no crees?