En primer lugar os quiero invitar a leer el post que publiqué en 2015 acerca de las huellas que el ser humano infringe a nuestro planeta (www.casa33.es). Acciones de mayor o menor envergadura pero que provocan una alteración del entorno natural y contribuyen al calentamiento global. Algo que sin duda no siempre es aceptado (más bien nunca) por el medioambiente.
En la actualidad, nos encontramos en las postrimerías de una odiosa pandemia que ha puesto patas arriba el “establishment” social de nuestro planetario piso compartido de alquiler. Un mensaje que envía nuestro casero a modo de advertencia para que respetemos los enseres y utensilios que tenemos a nuestro alcance en esta acogedora vivienda de alquiler con abundante luz natural, calefacción solar y vistas al universo. Como manifestaba recientemente el certero Juan José Millás en el suplemento dominical de “El país”, los humanos han elegido devorar su medio con absoluta insensatez. Y señala también que después de agotar los recursos naturales, quizás “la especie humana comience a devorarse a sí misma”. Algo similar a lo que afirmó el siglo a mediados del siglo XX la mítica bióloga marina estadounidense Rachel Carson: “Los seres humanos somos parte de la naturaleza, de forma que la guerra que hemos emprendido contra ella es una guerra contra nosotros mismos”. Esta brillante científica fue autora del libro “Silent Spring” (La primavera silenciosa), que denunciaba la utilización del DDT (un potente plagicida) y abogaba en general, por la necesidad de mantener el equilibrio natural.
En los últimos meses la economía mundial ha vuelto a respirar. La cumbre del G20 celebrada en Roma así lo certifica. Sobre todo por la derogación de los aranceles impuestos por Trump a las relaciones comerciales entre EEUU y Europa. El viento sopla a favor. Los niveles de producción se recuperan. También el transporte de mercancías. Regresa el consumismo desaforado. Algunos comienzan a frotarse las manos. Una resurrección que invita a la tranquilidad para muchos sectores de la economía mundial y por ende a cada persona que forma parte de él. A simple vista, parece que no hemos aprendido nada de la pandemia. Tal vez muy poco. Indudablemente, somos parte coetánea de la solución y del problema. Por ello, debemos ser sensatos. Tal y como he transmitido en otras ocasiones, la COVID-19 debería haber servido para replantearnos muchos hábitos que forman parte de nuestro día a día. Quedarse únicamente con la transición ecológica y la archi-nombrada “sostenibilidad” no es suficiente. Precisamente sostenibilidad es un concepto tan desgastado en sí mismo que pronto quedará obsoleto y será necesario acuñar un nuevo término. El consumo de energía no solo está relacionado con la forma en que ésta se produce o la mejora de eficiencia energética de nuestros edificios. También está directamente unida a la reducción de la producción y al transporte de dichas mercancías.
En la reciente cumbre de Glasgow, Escocia (COP26) los líderes mundiales retoman las conversaciones para fijar las directrices medioambientales que confluyan en el objetivo de reducir las emisiones de CO2 y metano (entre otros) y evitar el calentamiento global. La activista sueca Greta Thunberg continúa siendo el icono mundial para millones de jóvenes que sienten que hacen falta hechos, no palabras. Fue la creadora del movimiento “Friday for the Future”, y a pesar de su Síndrome de Asperger es evidente que su trayectoria no ha hecho más que comenzar. En una reunión del Foro de Davos (Suiza) afirmó que “Nuestra casa común está en llamas”. Siguiendo con esta metáfora, podríamos decir que los bomberos han llegado al incendio, pero de momento lo único que han hecho es desplegar las mangueras. Queda por tanto un largo camino que recorrer.
Por si fuera poco, desde hace casi dos meses asistimos cada día en nuestro país al espectacular y a la vez despiadado rugir de un volcán en la “preciosa” isla de La Palma. El domingo 19 de septiembre a las 15:12 horas, el cráter de un volcán que a día de hoy carece de nombre despertó de su letargo. Pertenece a Cumbre Vieja, una joven cordillera de casi 30 cráteres ubicada al sur de la isla de La Palma. Y por los datos de los que disponemos, se encuentra sobre un depósito de magma a gran profundidad, también conocido como “punto caliente”. Una zona volcánica que ha provocado durante millones de años la emersión e inmersión de islas en su entorno. De hecho, en el fondo marino de Canarias existen numerosas islas sumergidas que en algún momento afloraron a la superficie. Son volcanes sumergidos, también conocidos como “las abuelas”. Un proceso tectónico que se halla en curso y no se detiene, aunque ninguno de nosotros podrá ser testigo de ello.
Como digo, desde ese día asistimos a una destrucción natural en estado puro. A la calcinación impune de las huellas de nuestra existencia. El paraíso mutado violentamente en infierno. Cientos de incansables seísmos se suceden en cascada como fichas de un cruel dominó. Ríos de porosa lava incandescente avanzan sin rumbo fijo. Un drama que se produce a cámara lenta. Una lava hambrienta que engulle a su paso hogares, colegios, lugares de trabajo y recuerdos, ante la impotente y triste mirada de sus legítimos propietarios. Como el barrio de Todoque, desaparecido en su totalidad. Propiedades heredadas de generación en generación que esta vez no podrán ser transmitidas. Miles de metros cúbicos de un material de gran belleza que yo empleo en mis proyectos, pero que desgraciadamente disponemos a través de un proceso terriblemente destructivo. Toneladas de violentos piroclastos son proyectados violentamente a gran distancia acompañados de un desgarrador sonido procedente desde lo más profundo de la corteza terrestre. Una etérea ceniza en suspensión que convierte en irrespirable el aire y termina depositándose en cualquier superficie exterior del entorno. Y mucho más allá. A miles de kilómetros de distancia.
En primer lugar, quiero mostrar mi más sincera solidaridad y empatía con todas aquellas personas que han perdido su hogar, sus propiedades, sus recuerdos y en definitiva su historia: su vida. Al fin y al cabo la vida es lo más valioso que tenemos. En este caso, afortunadamente no ha habido pérdidas personales, por lo que todos los afectados tendrán una nueva oportunidad. No quiero resultar cruel, todo lo contrario. Mi respeto es máximo hacia todos los afectados. Pero a veces es necesario que la vida se rompa en pedazos para saber qué trozos queremos recoger. El poder purificador del fuego quizás sirva en definitiva para abrirse a una nueva vida con lo más importante: las personas que queremos. Saltar al vacío siempre da mucho vértigo, pero quizás al otro lado nos espera una existencia más plena. Y en este punto, resulta de vital importancia el apoyo económico de las administraciones (Cabildo de La Palma, Gobierno de Canarias, Gobierno de España y la Unión Europea), con la vista puesta en la búsqueda de soluciones consensuadas a medio y largo plazo.
Cientos de personas se han visto súbitamente en la tesitura de acceder a su hogar por última vez antes de que éste quede sepultado por un manto de lava incandescente. Mucho se ha escrito sobre los objetos personales que cada uno de nosotros salvaría si tuviera quince minutos para acceder a su hogar por última vez, como si de un macabro juego de mesa se tratase. Discernir lo indispensable de lo supérfluo. ¿Cómo despedirse de una vida? El ser humano no está preparado para ello, y menos de una forma tan radical, cruel y definitiva. Todos coincidimos en abrazarnos a nuestra identidad, a todo aquello que habla de nosotros, que dice quién somos. Como si tuviéramos que demostrar al mundo y a nosotros mismos lo que sabemos. Quizás, por el miedo al paso del tiempo. A la pérdida de la memoria. Propia y ajena. Terror a ser olvidados…
En este punto, debo reconocer mi pasión por la fotografía en papel y el papel que ésta cumple en casos como éste. Las fotografías certifican las experiencias vividas junto a las personas que hemos amado. Que amamos. Los nuestros. Imágenes que certifican el paso del tiempo: el crecimiento de nuestros hijos. Tan lento. Tan rápido. Y que nos lleva tan lejos…
En algún momento los seísmos comenzarán a distanciarse, los vapores de dióxido de azufre reducirán su concentración y el volcán comenzará de nuevo a sentir sueño. El espectáculo geológico pondrá fin a su majestuosa exhibición de poder destructivo. El telón cubierto de ceniza descenderá, la sala quedará desierta y únicamente nos acompañará una humeante chimenea y el calor de la lava más joven. El entorno que nos encontremos será el llamado “malpaís”, extensiones de porosa lava petrificada.
Ese día, desaparecerán las imágenes hipnotizantes de todos los telediarios. Será el día después. El momento de evaluar definitivamente los daños materiales (los sentimentales son incalculables) y planificar con datos concretos la estrategia que establezca el camino hacia la recuperación. Fundamentalmente, infraestructuras terrestres y saneamientos básicos (saneamiento, suministro de agua, electricidad y redes). Y llegados a ese punto, las autoridades deberán tomar una difícil solución: la reubicación de todos los damnificados en sus nuevos y definitivos hogares. Una respuesta compleja a una realidad diversa que afecta directamente a miles de personas.
La propuesta que se plantee marcará el comienzo de una nueva existencia para todas esas personas. Y parece sensato entregar a cada palmero y palmera lo que legítimamente era y es suyo/suya. Estoy seguro de que la mayoría de ellos querrá continuar viviendo donde lo habían hecho hasta ahora. El apego humano es intrínseco a nuestra naturaleza. Tanto, que en muchas ocasiones nos nubla el sentido común. Y realizo este planteamiento porque quizás la resolución razonable que se adopte hoy puede ser el dolor de una generación futura, cuando un volcán de la cordillera de Cumbre Vieja decida volver a despertarse. O en cualquier otra zona volcánica del mundo. Seguramente ninguno de nosotros estaremos aquí para contemplarlo. Quizás nuestros hijos; o nuestras nietas.
En Islandia, el volcán Eldfell destruyó en 1973 gran parte de Vestmannaeyjar, la única población de la isla de Heimaey. Una erupción que permaneció activa durante cinco meses. Su recuperación tras el desastre fue tan fulgurante como la lava que lo había destruido. La mayoría de la población regresó. Aunque algunas familias decidieron no hacerlo. Entendieron que el dolor vivido no era una herencia deseable para sus amados e ignotos descendientes. El futuro no nos pertenece, pero formamos parte de él.
Nadie nos pedirá explicaciones porque nosotros no estaremos. Pero tal vez lo sensato sea sentar las bases para que no se repita la misma historia de destrucción en el futuro. Un planteamiento que incentive construir viviendas en otras zonas de la isla más alejadas de las amenazantes bocas volcánicas. Igualmente, planteando nuevos usos para los terrenos más vulnerables en caso de erupción. Por ejemplo con usos culturales: creando un museo del volcán y talleres educativos para los más pequeños. Los edificios afectados parcialmente por la erupción pueden ser igualmente empleados como reclamo turístico, al igual que Pompeya explota con éxito en Italia desde hace siglos. También resultará factible convertir el “malpaís” surgido en tierra fértil para el cultivo. Una labor relativamente sencilla y que consiste en el extendido de lapilli (pequeños piroclastos y ceniza), coloquialmente conocido como picón y que posee una gran cantidad de nutrientes naturales. Estos, en contacto con la atmósfera, meteorizan (se descomponen) y actúan como un excelente abono natural. Una técnica ya utilizada con éxito en otras islas del archipiélago canario y que nos permitirá aprovechar el material expulsado por el volcán Cabeza de Vaca.
Una vez más, deciros a todos los palmeros y palmeras que mi corazón está con vosotr@s y que confío en que pronto finalice esta odiosa erupción. Después, os pido valentía para afrontar una difícil pero sabia decisión. También a la administración competente.
En nuestra cabeza no existe cabida para imaginar un escenario de multitud de erupciones simultáneas, terremotos, huracanes, incendios e inundaciones a nivel mundial. De momento, todas las quejas que exterioriza la Tierra son puntuales y no simultáneas. Pero este proceso podría acelerarse, sin que existiera ninguna justificación concreta. En definitiva, la naturaleza es imprevisible. Los animales y los seres humanos también. Por más que los científicos pretendan crear relaciones causa-efecto y los algoritmos pronostiquen nuestras necesidades antes de que éstas surjan. Así que no podemos descartar ningún escenario si no corregimos nuestros actos.
La vida es una lección de humildad: así que escuchémosla.
Fuimos paisaje. Seremos paisaje. Y entre tanto, tenemos la capacidad de transformarlo. Elijamos bien, por favor.